Lo Que El Consejo No Pudo Borrar.
El polvo flotaba en haces de luz azul que se filtraban entre los restos del complejo. El aire olía a metal quemado y ozono, y cada paso de Isela crujía sobre los escombros. Sus ojos recorrían las paredes fracturadas, los cables colgando, y vio, entre sombras, a Damian. Su figura parecía tan firme como siempre, pero había en ella una vulnerabilidad que nadie más veía.
—No pensé que seguirías viva —dijo él, su voz un susurro cargado de incredulidad.
Isela giró ligeramente, respirando con cuidado.
—Tú tampoco deberías estar aquí.
Él ladeó la cabeza, observándola.
—Siempre termino donde estás tú. Aunque no debería.
Por un instante, el mundo se detuvo. Todo lo que habían sufrido, cada prueba y cada reinicio, se condensó en ese momento.
Isela recordó la primera vez que vio a Damian, mucho antes de entender el mundo que los había marcado. Ella tenía trece años, y él era el joven encargado de supervisarla, de mantenerla bajo control sin que despertara emociones peligrosas. Él estaba detrás de