El Vínculo.
El silencio después del colapso era antinatural. No quedaba ni el eco de las máquinas ni el murmullo del sistema. Solo un vacío denso que se adhería a la piel como una segunda capa. Isela lo sintió respirar en su oído, un susurro constante que no provenía de afuera, sino de adentro.
El cuerpo no le pertenecía del todo. Cada músculo respondía con retardo, cada pensamiento parecía rebotar contra un muro invisible antes de llegar a la superficie. Las luces del complejo parpadeaban a lo lejos, alimentadas por una energía que ya no era eléctrica. Era orgánica, pulsante. Suya.
Caminó entre los restos del laboratorio, sin saber cuánto tiempo había pasado desde la explosión. Minutos, horas, tal vez días. El reloj interno del sistema seguía activo, pero el suyo estaba roto. El cuaderno, incrustado en la piel de su pecho, emitía pulsos intermitentes que mantenían el aire vibrando.
Livia la observaba desde unos metros atrás, temerosa de acercarse. La había visto derrumbar torres de acero con un