La Transferencia.
El grupo avanzaba por un estrecho corredor dentro del laboratorio subterráneo que habían descubierto. El cuaderno azul en manos de Isela pulsaba con fuerza, proyectando luz sobre sus rostros y las paredes metálicas. Cada paso que daban hacía que la energía dentro del dispositivo vibrara más rápido, como si reaccionara a la fatiga de Isela.
De repente, la joven se tambaleó y cayó de rodillas. Un jadeo escapó de su boca mientras intentaba incorporarse, pero la presión en sus ojos era insoportable. La sangre comenzaba a manar de las comisuras, mezclándose con las lágrimas y el sudor frío. Cada visión que el cuaderno le enviaba era más intensa que la anterior: fragmentos de laboratorios secretos, figuras encapuchadas moviéndose a cámara rápida, símbolos que se retorcían sobre su visión y rutas de escape que se dibujaban y desaparecían en su mente.
— ¡Isela! —gritó Leo, corriendo hacia ella—. ¡No puedes seguir así!
—Estoy bien… solo… un momento más —susurró ella, tratando de incorporarse.