Heridas Abiertas.
Isela sentía el frío pegado a la piel mientras miraba a Damian y Leo. Habían hablado en murmullos durante un buen rato, pero ahora el silencio era tan espeso que casi dolía. Livia, sentada sobre una caja de madera, temblaba con una manta sobre los hombros. Su rostro aún estaba pálido.
—Tenemos que movernos —dijo Damian finalmente, rompiendo el mutismo—. El Consejo no tardará en rastrear los autos. Este lugar no es seguro.
Leo lo miró con los ojos encendidos.
—Siempre igual —escupió—. Siempre dando órdenes como si siguieras al mando.
Damian alzó la cabeza lentamente, sin apartar su postura de soldado.
—Alguien tiene que mantenernos vivos.
Leo dio un paso adelante. Sus botas resonaron en el concreto.
— ¿Como la última vez? ¿Cuando “mantenernos vivos” significó abandonar a nuestro equipo?
Isela frunció el ceño, mirando a ambos hombres.
— ¿De qué están hablando?
Damian no respondió de inmediato. Sus ojos, oscuros como la tormenta que acababa de pasar, brillaban con algo más que furia.
—No