El Alivio de Obedecer.
El silencio que quedó después de la ciudad estable fue distinto a los anteriores.
No era el silencio pesado del caos, ni el vacío expectante de las imágenes fragmentadas. Era un silencio cómodo, casi amable.
Isela lo reconoció con una claridad que la incomodó profundamente: era el mismo silencio que seguía a una orden bien ejecutada, a una decisión tomada por otro.
El punto ciego no mostró nada durante largos segundos. No porque no tuviera información, sino porque parecía observarlos a ellos.
Isela fue la primera en hablar.
—No voy a fingir que no lo sentí —dijo, con la voz baja—. El alivio.
Damian levantó la vista, Cayden permaneció inmóvil, atento.
—Cuando vi esa ciudad… —continuó Isela— sentí descanso y eso me da miedo.
No era una confesión heroica, no tenía fuerza épica ni valentía explícita. Era una verdad incómoda, desnuda, casi vergonzosa.
—Obedecer era cómodo —admitió—. No solo antes del colapso, siempre.
Se pasó una mano por el rostro, como si intentara borrarse a sí misma.
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