Decisiones Compartidas.

El laboratorio no volvió al silencio.

Después del primer pulso de emergencia, se instaló un estado distinto, más inquietante que cualquier alarma continúa: un murmullo constante de sistemas reajustándose, capas de seguridad recalculando escenarios, rutas cerrándose y abriéndose como si el edificio estuviera pensando por sí mismo.

Isela permanecía quieta en el centro de la sala principal.

No por indecisión, sino porque entendía que cualquier movimiento precipitado podía redefinir su lugar en ese espacio. Ya no eran intrusos invisibles, tampoco invitados, eran variables activas.

—Tenemos segundos —dijo Cayden—. Tal vez minutos, pero no horas.

El médico seguía frente a la consola central, con el ceño fruncido, leyendo flujos de datos que no se proyectaban en ninguna pantalla visible para los demás.

—El protocolo que se activó no busca expulsarlos —dijo—. Busca observarlos.

Isela giró hacia él.

—¿Observarnos para qué?

—Para entender si son una anomalía peligrosa… o una oportunidad —respon
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