Ariana
El silencio en mi habitación era espeso, casi sólido, como si las paredes hubiesen absorbido todo el ruido del mundo y me lo devolvieran en forma de angustia. Había intentado dormir, pero el insomnio me estrujaba con la misma fuerza con la que lo hacían mis pensamientos. Me levanté, descalza, y caminé hacia la ventana. La ciudad dormía allá afuera, pero yo no podía darme ese lujo. No cuando tenía que fingir durante el día que todo iba bien.
Michael no me había escrito. No desde hacía más de veinticuatro horas, y aunque sabía que nuestra relación estaba colgada de un hilo que no podía exhibirse, su silencio me hería más de lo que me gustaba admitir. Me preguntaba si él también sentía culpa. Si también pensaba en mí cuando cerraba los ojos. O si acaso su silencio era su forma de decir que esto había llegado al final.
Encendí mi móvil. Ni un solo mensaje. Nada de él. Tampoco de Aarón. Aunque ese era otro asunto. Desde aquella noche en que me besó y luego fingió que no había ocurri