El grito mudo de Horus, ahogado en la garganta al ver la palidez espectral de su hermana Elif y al notar la ausencia de su esposa, resonó en el bullicio de la celebración familiar. Los vítores de la medianoche se sintieron inmediatamente profanos.
—¿Dónde está Senay? —la pregunta fue un disparo que silenció a Set Arslan y a Dilara en medio de sus deseos de prosperidad.
Elif, la joven, apenas podía hablar. Sus ojos se movían frenéticamente entre el primogénito, su padre y la puerta.
—No... no sé. Fui a la sala a dejar mi teléfono, y cuando volví, ella ya no estaba. Pensé que había regresado… que estaba contigo.
El primogénito no esperó más. La certeza brutal de que algo andaba mal, un presentimiento helado que había ignorado durante la cena, se apoderó de él. Conocía a su esposa. Senay no abandonaba una conversación sin avisar, y mucho menos después de un beso tan íntimo frente a todos.
La búsqueda no se hizo esperar. En cuestión de segundos, la calma de la mansión Bel Air se disolvió