Una tibia brisa de verano se colaba por entre las cortinas blancas que danzaban al ritmo de un ventilador encendido en modo bajo. El sonido lejano de una ambulancia rompía de forma sutil el silencio del apartamento. El sol apenas comenzaba a colarse por los ventanales altos, marcando en la pared las sombras de los edificios neoyorquinos. Emma respiró hondo, su pecho subía y bajaba con esfuerzo, como si hubiese estado corriendo por horas, como si algo dentro de ella aún estuviera aferrándose a una batalla invisible. Lentamente, sus párpados comenzaron a moverse. La luz que se filtraba por la ventana le resultó extrañamente familiar, pero al mismo tiempo ajena, como si perteneciera a una vida que ya no le correspondía.
Al abrir completamente los ojos, parpadeó con fuerza varias veces, como si no lograra enfocar del todo. Se incorporó despacio, con una mano sobre el colchón, palpando la textura que no recordaba haber sentido en siglos. Su cuerpo estaba tenso, cada músculo parecía haber s