El viento soplaba con una quietud traicionera en los pasillos del ala oeste, como si el palacio mismo contuviera la respiración ante lo que estaba por revelarse. Violeta Lancaster caminaba lentamente, el eco de sus pasos amortiguado por la gruesa alfombra bordada. La conversación que había presenciado no se le apartaba de la mente: Elian, el hombre que había comenzado a acercarse a ella con una ternura inusual, se había reunido con su madre. Y no habían hablado como desconocidos. No. Había en su lenguaje una complicidad dolorosa, un vínculo que Violeta no sabía que existía, y que ahora le revolvía el alma con más preguntas que respuestas.
Desde su regreso a la corte, había aprendido a leer entre líneas, a desconfiar de lo evidente. Pero esa escena… Esa escena había desenterrado algo que Emma -porque seguía siendo Emma en lo más profundo de su conciencia- no podía ignorar. Si Elian había estado vinculado con su madre, entonces ¿qué sabía realmente de su caída en desgracia? ¿Era un alia