Capítulo 8

Las palabras se atoraron en su garganta, por lo tanto, solo responden con un leve asentamiento silencioso. Él la besa; le muerde el labio inferior para luego mimarlo con su lengua. Le acaricia el torso desnudo con suavidad, llevando sus manos hacia atrás en donde desabrocha el sostén y lo deja caer al suelo; tomándola de la rendija del jean la atrae hacia él pegándola a su cuerpo, la devora en un beso devastador, apretando sus manos en la espalda femenina regalándole un firme masaje; la chica tiene enredados sus brazos alrededor del cuello. El rubio baja sus manos metiéndolas dentro del pantalón y le amasa el culo; toca su piel, haciendo que la joven jadee dentro de su boca.

La lleva al sofá depositándola sobre este; se despoja de su camisa, toma el pote de dulce de leche y unta el dedo sacando una buena cantidad de él para luego embadurnarle un sonrojado pezón, una vez bien embadurnado se lo lleva a la boca succionando y presionando con su lengua, extrayendo todo el dulce y arrancándole jadeos conforme la joven encorva su espalda para sentir más presión. Cuando su pecho quedó limpio del dulce, Ian vuelve a untarse el dedo y repite el mismo proceso con el otro pezón, volviéndola loca cada vez que mueve su lengua con presión y en círculos, y no para hasta dejarlo sin rastro del dulce.

Se aleja solo para llegar a los pantalones de ella y desabrochárselos, los quita del camino, tirándolos sin cuidado en el suelo; Vuelve a tomar el pote y le dedica una mirada mordaz, la cual a ella le provoca un calor interno subiendo desde sus caderas hasta sus mejillas. Ian, con su dedo índice lleno de dulce empieza a bajar desde el medio del pecho hasta su pelvis, muy lentamente y sin apartar la vista de ella, escrutándola con la mirada y memorizando sus gestos en cada toque que le proporciona. El rubio sube y la besa, luego con su lengua empieza a rastrillar el camino de dulce que había marcado con su dedo, una vez que llegó al final, agarra el pote y la mira.

—¿Quieres que siga?

—No pares —murmura.

Ian sonríe satisfecho por la contestación y prosigue a su cometido; Vuelve a untar el dedo índice en el pote de dulce, luego embadurna aquel lugar húmedo y deseado, observando cómo la joven se contrae bajo su caricia. Con una media sonrisa baja con su boca al lugar untado con dulce, primero sopla enviándole una brisa caliente que hace que ella ahogue un gemido, luego pasa la lengua saboreándola, provocando que mueva las caderas por instinto y pidiendo más, se da cuenta y vuelve a imitar la acción; Después, sin poder aguantar más, comienza a succionar con fuerza y ​​no se detiene hasta hacerla perder en la bruma del orgasmo.

Cuando Ian logró su propósito, se alejó de ella, rápidamente se quitó sus pantalones bajando su bóxer al unísono y subió en ella con cuidado de no aplastarla, al tiempo que se introducía en su interior, arrancando gemidos de ambos. Balbucearon cosas intangibles. Él no paró su ritmo hasta que ella llegó al clímax por segunda vez, para luego apurar sus arremetidas y llegar con ella en unos cuantos segundos más.

Sus cuerpos convulsionaron, sus respiraciones eran erráticas y una lámina de sudor recorría sus cuerpos. Una vez que sus cuerpos se calmaron, él se acomodó a su lado envolviéndola en brazos.

—¿Estás bien? —se interesa, murmurando la pregunta en su oído.

-Si.

—Acabo de encontrar un nuevo postre favorito —demanda, haciéndola reír.

Se quedaron así unos momentos, ella pensando en lo maravillosa bien que la hizo sentir «algo que nunca nadie había hecho antes»; él sabía cómo tocarla y en una parte muy profunda de ella, sabía que era por su experiencia y de todas las mujeres que ha llevado a la cama, pero no quiere pensar en eso, si lo hace, una oleada de celos invadirá su interior y no la dejará disfrutar del momento.

Él, por otro lado, pensaba casi lo mismo que ella, nunca antes se había sentido así con una mujer, pero también lo niega en rotundo; se pone en la cabeza que solo es un sentimiento porque ella es inexperta ya Ian le gusta llevar las riendas del asunto. Sabe que por un tiempo le va a enseñar el arte del sexo, el arte erótico, los juegos con los que ella fantasea y con los que él siempre ha disfrutado.

Nota que Sofi se durmió y con sumo cuidado la lleva a la cama, la envuelve con el edredón y sabe que es su paso para la retirada. Depositándole un beso en la frente se aleja, al llegar a la puerta de la habitación frunce el ceño y se da vuelta para mirarla.

—¿De dónde salió eso? —murmura al darse cuenta que le besó la frente, un acto que jamás ha tenido con ninguna otra y, a decir verdad, no le gusta nada que algo así salga de él.

 Tenía que salir de ese lugar lo antes posible.

Camina hacia la sala donde estaba su ropa tirada en el suelo, la levanta, se viste con velocidad y de reojo ve el pote de dulce de leche, sin darse cuenta, sonríe y luego sacude su cabeza para reacomodar sus ideas. Sin proponérselo mirar hacia la cocina y la imagen de las bolsas que Sofi guardó despreocupadamente en la alacena se instala en su cabeza y su curiosidad y preguntas vuelve a su mente. Camina con paso ligero y seguro hacia la cocina, observa el mueble deliberando si debías fisgonear o no.

—A la m****a —masculla y se acerca para abrir la gaveta. Cuando está a centímetros de hacerlo «de saciar su curiosidad», su celular suena haciendo pegar un pequeño salto en el lugar—. Eso me pasa por fisgón —farfulla, mientras saca el celular del bolsillo del pantalón—. Son casi las dos de la mañana, Medina —Fue su forma de atender el teléfono.

—Ya sé, ya sé, Russel… Pero como que estoy un poquito… Pero muy poquito… Un poquitín… —balbucea Gaby.

—Estás ebrio —espeta—. ¿Dónde estás?

—Donde siempre —responde el morocho arrastrando las palabras.

—En veinte llego —Suspira y corta la llamada.

Maldiciendo por lo bajo a Gaby y sus noches de perdición.

 

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