El banco le había avisado que su dinero ya estaba disponible para ser retirado, por lo que, Sofi sin perder tiempo se dirigió hacia allá. Le había mentido a Lina para faltar al trabajo, diciendo que debía hacer trámites por Mateo, pero no tenía tiempo de sentirse culpable por su mentira, tenía que pagarle al hombre, sacárselo de encima y seguir con su vida. Había dejado al niño descansando para todo lo que tenían que hacer después.
Debía ir con Lina para hablar con ella, pero antes, debía hacer otra cosa más importante. Encontrarse con el hombre que la estaba atormentando hasta en sus pesadillas.
Habían quedado en verse en un café en el centro. Y para cuando llegó, el hombre ya estaba allí, sentado en una mesa casi al fondo del lugar. Con pasos lentos y vacilantes, se acerca al padre de Mateo. Las piernas se le aflojaban y su cuerpo se encontraba reticente por el miedo. Este al verla sonríe con malicia y le hace señas para que se siente en su mesa. Sofi acata la seña y hace lo propio.
—Hoy es mi día de suerte —canturrea el hombre al ver el maletín que en la mano de Sofi—. ¿Qué tienes para mí? —suelta, embelesado por la avaricia.
—No vas a volver a acercarte, ¿verdad?
—Ya lo he dicho, con el dinero en mano desaparezco —asiente divertido.
Ella tiende el maletín hacia el hombre. Él sonríe con cinismo al ver las manos de Sofi temblar.
—No tengas miedo, Sofi, no podría hacerte nada en este lugar —esboza, mientras toma el maletín acariciándole la mano de manera lasciva.
Eso hace que el cuerpo de Sofi se estremezca con repulsión y se aleja con velocidad.
—Quiero que salgas de nuestras vidas y dejes a mi hijo en paz —sisea, mostrando valor.
—Sí, sí, tu hijo. No te preocupes, no quiero a ese mocoso —Le sonríe ladeando la cabeza—. Solo quería el dinero —Abre el maletín y silba al ver todo el dinero—. Vaya, pero si Papa Noel se adelantó… Bien, querida, hasta otro momento.
Se levanta y Sofi lo mira atónita.
—¿Cómo hasta que otro momento? —pregunta elevando la voz—. Dijo que nunca más lo vería de nuevo.
—Tranquila, fue solo una expresión.
Se eleva de hombros y sale del lugar dejando a una Sofi insegura, temerosa y con muchas dudas de si lo volvería a ver o no.
Cuando llega a la casa de Lina, los custodios la reconocen y la dejan pasar luego de darle un saludo militar. Ella hace un corto tramo hasta la entrada principal. Luego de golpear la puerta, esta es abierta por Gloria.
—Pasa querida. ¿Cómo estás? —pregunta la señora dándole un beso en cada mejilla.
—Bien, Gloria ¿y usted?
—Bien, bien. Lidiando con mi hija y sus arrebatos —Suspira—. Es irascible cuando está enferma o no puede moverse, siempre fue igual, es un calco a su padre, a él nunca había con que atajarlo —comenta, mientras caminan hacia las escaleras. Sofi sonríe—. La verdad que Alex se merece una medalla de honor por la paciencia que le tiene a mi hija…
—Gloria —dice Sofi divertida.
—Es mi hija y la amo. Pero también sé lo que es y ese chico es un ángel caído del cielo. Mira que hay que aguantar a mi hija con sus locuras y más cuando tiene una costilla rota.
Sofi ríe con sinceridad y, en silencio, agradece que le haya hecho olvidar por unos minutos el mal trago que tuvo hace un momento atrás.
Terminan de subir las escaleras riendo y una vez en la puerta de la habitación de Lina, la madre asoma la cabeza, con gesto divertido.
—No hay cuchillos a la vista —bromea y Lina se ríe sin poder evitarlo.
—No, mamá; tengo la motosierra debajo de la cama.
—Pasa, Sofi, yo no quiero ver cuando te haga pedacitos.
Dicho eso se gira sobre sus talones y deja a las mujeres solas en la habitación riendo.
—Tienes mala cara —le hace saber Lina una vez que Sofi se sentó a un lado de la cama.
—No he dormido bien —Una verdad a medias.
—¿Qué pasa, Sofi?
—Quería pedirte algo.
—Sí, lo que quieras.
—Bueno… Yo… Yo sé que lo que te voy a pedir, no lo hago con mucho tiempo para que puedas organizarte y más ahora que estás en cama y no puedes moverte. Pero salió sin previo aviso y de verdad lo necesito…
Sofi comenzó a balbucear casi sin sentido.
—Para, por favor, Sofi —interrumpe Lina la diarrea verbal—. No entiendo de qué hablas. Podrías ser más concreta y decirme qué necesitas.
—Bueno —tras suspirar, suelta todas las palabras con rapidez—. Tengo que ir a Italia y quería pedirte unos días.
Lina se toma unos segundos para procesar la información.
—¿Pasó algo grave?
—No, de hecho, quiero que mi abuela conozca a Mateo y deje de hablar de la forma en que habla de los chicos sin hogar —explica sin mirarla y Lina entorna los ojos.
—¿Ian los acompañará?
—No —murmura Sofi.
—Se pelearon.
—Algo así —musita.
—¿Puedo preguntar qué pasó? —tantea la castaña.
—Hace muchas preguntas que yo todavía no estoy segura a responder —Deja escapar el aire—. Lina, me preguntó por qué no podía tener hijos.
Una lágrima se escapa dejando mostrar su angustia.
—¿Y qué le dijiste?
—Nada. Hizo muchas preguntas juntas; sobre mi familia, el hogar y… Y yo no supe que decir.
—¿Por qué no le cuentas todo, Sofi? Él tiene derecho a saber; es lo más justo.
—Porque tengo miedo y vergüenza —confianza.
—¿Miedo y vergüenza? —Sofi asiente—. ¿De qué?
—Ay, vamos, Li, qué va a pensar cuando se entere que la casa de mis padres la convertí en un hogar; era la casa de mis padres y prescindí de ella. Al igual que la empresa de mi padre, el trabajo de toda su vida y mi familia. Todo lo dejé a la deriva en manos de mi abuela y solo hui como una cobarde cuando tuve que ser responsable y enfrentarme a semejante imperio —Se lleva las manos a la cara para tapar las lágrimas que salían a borbotones—. Mi abuela tiene razón, soy una vergüenza para la familia, nadie va a seguir con nuestro legado, yo lo maté. Que estúpida, vine a Argentina a estudiar enfermería y trabajar en un restó.
—Pero que cantidad de m****a acabo de escuchar, Sofi —suelta una Lina extremadamente enfada—. En primer lugar, jamás vuelvas a decir que te dan vergüenza tus decisiones y mucho menos digas que tienes miedo de lo que lo demás piensen o digan. Yo dudo mucho que Ian vaya a juzgarte por todo lo que has hecho, porque nada de esas acciones son para avergonzarse —Trata de calmarse, pero ya estaba muy enfadada por escuchar como Sofi se despotricaba sola y no podía con su genio y la maldita costilla que la estaba matando de dolor—. Segundo, lo que hiciste fue lo mejor para ti. La empresa no era lo tuyo, no lo era y no es tu pasión; sí lo es la enfermería; sí lo es el hogar que creaste en la casa de tus padres, la cual dejó de ser de ellos al momento que murieron —Sofi al escuchar eso retuvo el aire, pero Lina estaba tan enfrascada en su enojo que no se dio cuenta lo que dijo—. Es tuya y te pertenece a ti, y puedes hacer lo que quieras con ella. No debes avergonzarte por no dejarte llevar por la avaricia y los lujos. Todo lo que tus padres te dejaron los usaste con fines solidarios. Tienes una buena cuenta bancaria para poder respaldarte el resto de tu vida, no necesitas trabajo y, sin embargo, lo haces y eres una mesera; no necesitas estudiar, no obstante, lo haces y haces pasantías de tu carrera; no necesitabas complicarte adoptando un niño, pero lo hiciste para darle una mejor vida y porque así lo deseabas. Que se pudran los que piensen que eres una vergüenza, porque no lo eres y estoy segura que para tus padres tampoco. No piensas en ti, sino en los demás y eso te hace alguien a quien se le debe respeto. Y con respecto a tu abuela, discúlpame lo que te voy a decir, es tu familia y todo eso, pero es una vieja arpía más fría que el iceberg que se llevó puesto el Titanic.
Eso último hace reír a Sofi entre el llanto y Lina, después que escupió todo, se pudo relajar.
—¿De verdad piensas todo lo que dijiste?