Acapulco...
—¡Mi amor, vamos a llegar tarde! —le grita Erik a Sole que hacía media hora que se encontraba encerrada en el baño. Ella sale mostrando que no se ve muy bien, por lo que Erik se preocupa por su salud—. Te ves pálida. ¿Qué te ocurre? le pregunta ahuecando su rostro con las manos.
—No sé, creo que la comida me cayó mal —responde en voz baja.
— ¿Quieres que nos quedemos aquí?
—No, no hace falta. Vamos, hoy es nuestra última noche aquí —Le dedica una sonrisa para que Erik confíe en que ella se encuentra mejor.
—Segura? Porque no importa la cena, habrá más, tenemos tiempo.
—Quiero ir —asegura.
—De acuerdo, pero en cuanto algo esté mal me lo dices inmediatamente y volvemos a la habitación, ¿sí? —le pide cariñosamente.
-Si.
—La amo, señora Dunckan —murmura, mirando los ojos color miel de su esposa, esos que él siempre quiere ver antes de dormir.
—Lo amo, señor Dunckan —susurra la pelirroja y avanza hacia los labios de su esposo.
Luego de un beso arrasador, salen de la habitación tomados de las manos. Robándose las miradas de todos los transeúntes, caminando por las calles sin soltarse, fue petición de Sole, ya caminar que la noche se encontró maravillosa de cálida. Ella llevaba un vestido ligero color blanco que le llegaba a media palma por encima de la rodilla; ajustado en la parte de arriba, pero suelto desde la cintura hasta abajo y unas sandalias de tiras plateadas, vestida de esa forma resaltaba su bronceado natural, el cual había adquirido de sus semanas en la playa de Acapulco.
Él vestía una camisa liviana también blanca, la cual llevaba abierta al pecho y una bermuda beige también haciendo resaltar su bronceado y esos ojos azules bajo esas enormes pestañas negras. No había latinos que no les dirigiera una mirada significativa.
Al llegar al restaurante, Erik corrió la silla para ella y luego se sentó enfrentándola con una gran sonrisa dibujada en su rostro. Estaba muy emocionado y todavía no bajaba de la nube, esa la cual se elevó más cuando Sole aceptó ser su mujer delante de los ojos de Dios.
Sole estaba viviendo un sueño maravilloso del cual no quería despertar jamás, el hombre frente a ella que la miraba como si no existiera más nadie, la hacía muy feliz, la hacía sentirse única, completa y ese adonis de ojos azules era solo para ella. Todo de ella.
—¿En qué piensas? —curiosoa Erik, sacándola del escaneo visual que le hacía.
—En que mañana ya volvemos a la rutina —contesta haciendo puchero, cosa que hace sonreír a Erik.
—Siempre podemos hacer un Acapulco en casa —propone, mirándola con descaro y la pelirroja no pudo más que soltar una sonrisa nerviosa.
—Eso me parece muy justo —murmura, sonrojada haciendo resaltando su bronceado.
Sole no era de sonrojarse, pero Erik siempre lograba sacar esa parte de ella y no entendía por qué con él era todo diferente. En realidad, si lo entiende, ella lo ama y él la ama, no había otra explicación más lógica y simple que esa.
—La verdad es que yo no veo la hora de llegar a casa y que cumples con tus deberes matrimoniales.
—¿No crees que ya cumpli bastante en la luna de miel?
—Muero por verte en la cocina con un delantal, preparando especialidades culinarias para dar tus solicitudes, muero por verte despertar en “tu” ya designado lugar de la cama; por verte caminar por toda la casa con tus adorables pijamas de Minions y esos pantuflas de Pluto…
— ¿Prefieres verme andar por la casa vestida con esos pijamas infantiles en vez de uno de encaje rojo o negro o un body con ligas? —indaga, mientras Erik asiente.
—Prefiero los minions y Pluto, me hacen recordar la primera vez que te vi así y de cómo tuve que llamar a todo mi autocontrol para llevarte primero a desayunar como había planeado y no lanzarme hacia ti y hacerte mía en el pasillo del hotel —confiesa sonriendo cada vez más al ver la cara de asombro de Sole... Y de vergüenza, ya que ese día ella quiso matarse por haber atendido la puerta sin siquiera mirar de quién se trataba pensando que había sido Lina la que llamaba por olvidarse la llave, pero no, ella no era, su amiga se había ido más temprano con Alex y Erik venía a buscarla para llevarla a desayunar y luego al río Isar, otra vez.
—No quiero recordar ese bochornoso día —murmura, negando con la cabeza.
—Yo sí, ese día fue cuando me di cuenta que quería verte despertar todos los días a mi lado en esos pijamas y esos rizos alborotados —le dice haciendo ademan hacia el cabello de ella.
—¿De verdad?
—De verdad —afirma—. Ese día, en ese preciso momento en que apareció por la puerta todavía dormida, me prometí que no iba a dejarte ir.
—Y yo que quería tirarme del balcón —suelta y se escucha la sonora carcajada de Erik.
—No te hubiera dejado —le asegura, tomándola de la mano por encima de la mesa.
En ese momento Sole se puso pálida de nuevo, se levantó de golpe y salió corriendo en dirección al baño. Erik se quedó estupefacto sin entender si había dicho algo malo. A los segundos reaccionó y salió tras ella; entró al baño sin golpear y la encontró en unos de los cubículos tirada en el suelo con la cabeza casi dentro del retiro y vomitando.
—Amor —exclama, lanzándose hacia ella y sosteniéndole el pelo— ¿Qué ocurre? —se preocupa. Ella deja de vomitar y comienza a llorar—. Shuu... Estoy aquí, no te preocupes —susurra, rodeándola con sus brazos. Cuando Sole se calmó, la levantó y la llevó al lavabo. Le lavó la cara y le mojó la nuca, esperando que se recompusiera—. ¿Estás mejor?
—Sí —dice hipando.
—Tenemos que ir al médico —No era una propuesta, no era sugerencia, era una orden, Erik no iba a dejar pasar esa situación.
—Erik… —comenzó a excusarse, pero él no la dejó seguir.
—Sin excusas, nos vamos ahora al hospital —habla con firmeza y sin lugar a réplica— ¿Puedes caminar?
Sole asiente, entonces la toma del brazo y salen del baño, pagan la cuenta y cruzan las puertas del restaurante en busca de un taxi que los llevase al hospital más cercano; Sole seguía pálida y aunque dijera que se sentía bien, Erik no creía en nada de eso y estaba preocupado, de veras que lo estaba.