Capítulo 147

—Sofi.

Otro de los policías, se había acercado a Ian, al verlo forcejear con sus compañeros, lo había comenzado a seguir en cuanto él se había hecho lugar con brusquedad ante todos los efectivos que se hallaban en el sitio, le había llamado la atención su manera de moverse entre la multitud, por ese motivo lo estaba siguiendo de cerca, sin embargo, al estar peleando con los policías que lo había interceptado, la cosa se estaba volviendo un poco intensa.

—Señor, no puede estar aquí.

—Soy su marido —gruñe Ian, sacando la placa queriendo llegar a su mujer lo antes posible, pero los tres que habían hecho la barrera no tenían intenciones de moverse.

El policía lo mira con un poco de confusión y pasa su mirada de él hacia la placa que el rubio estaba sosteniendo en alto. Ian había dicho que era el marido de la chica, pero, al mismo tiempo, estaba mostrando la placa que decía que él era un policía federal y pasaba por encima del cargo del policía que estaba frente a él y de todos los otros policías.

—Es policía —no era una pregunta, no obstante, era consciente de que tenía que hacerle saber al rubio que estaba diciendo una cosa y mostrando otra. Ian asiente con la cabeza sin quitar la vista de Sofi que estaba tendida en la camilla siendo asistida por los paramédicos. Todavía no podía ver si respiraba o no, si el esfuerzo de los paramédicos está sirviendo o no. De todas maneras, su corazón se detiene en cuanto ve a los paramédicos apurarse para reanimar a su mujer.

—Soy policía y su marido —aclara con voz fría y distante.

El rubio, rodea a los policías y se apresura a llegar a su mujer convaleciente, recostada en la camilla, luchando por su vida. Uno de los policías amaga con ir tras él, pero el otro efectivo lo detiene y le niega con la cabeza, él mismo camina a paso lento hacia el rubio.

Los paramédicos logran traerla de nuevo y la conectan a los aparatos con los cuales podían monitorear su corazón, el menos, parecía estar fuera de peligro, su corazón latía de forma contante y pausada. Toma la mano de su mujer y la besa en los nudillos. Recorre con la mirada cada hematoma que mancha el hermoso rostro de su mujer. Cada marca morada, azul y verde que está salpicando la cara de Sofi apagando la suavidad y belleza que desprende de ella.

Las lágrimas se vuelven a aglomerar detrás de los ojos de Ian, su cuerpo empieza a temblar por rabia. La furia está haciendo mecha, recorriendo todo el cuerpo del rubio, mientras estudia lo estimada que se encuentra a su mujer. Al menos, ya sabía que respiraba, era un subir y bajar lento, pero su pecho se movía y podía escuchar su corazón.

— ¿Qué fue lo que pasó? —Su voz sonó rara y rasposa, sin embargo, no iba a detenerse hasta encontrar el responsable de que su mujer estuviera peleando por su vida en ese preciso momento.

—Creemos que fue un asalto, pero hasta ahora no hemos afirmado que se hayan llevado alguna cosa —responde el policía que no se había alejado de su lado.

—Y no lo van a encontrar —dice entre dientes el rubio.

Asiente a unos de los paramédicos que le avisa que deben llevarse a Sofi al hospital con urgencia, ya que pudo estabilizarla y debía apresurarse antes de que vuelva a tener una urgencia. Ian suelta la mano de Sofi y la ve marchar en la ambulancia. Su corazón martilla en sus oídos hasta dejarlo casi sordo. Echando una fuerte maldición al aire en voz demasiado alta, se gira para salir de allí, sin embargo, es detenido por el otro policía.

—Agente, encontraremos al responsable —Un intento fallido de calmar la angustia y la rabia de Ian.

—No lo harán —Fue la respuesta del rubio, no lo dijo porque no podía hacerlo, sino porque él en persona se iba a ocupar, él y sus propios compañeros.

El rubio retoma su marcha y se apresura a subir a su camioneta. Toma el celular y se dispone a hacer lo que minutos antes le había prometido a Lina.

—Querubín —saluda con alegría Gaby del otro lado de la línea—. ¿No deberías estar dándole la bienvenida a tu mujer bajo tus sábanas?

—Está en el hospital.

Un profundo silencio se abrió paso entre los dos, podía escucharse un alfiler caer por el nefasto silencio.

—Ian, ¿de qué m****a estás hablando? —se le podía notar la rabia que, de a poco, brotaba de adentro de Gaby a través de la línea.

—Nunca llegó a casa, parece que le quisieron robar y la golpearon, la golpearon mucho, Gaby.

La voz de Ian se fue apagando en las últimas palabras y el morocho maldijo a todo el universo por lo que su amigo le estaba contando.

—No le sacaron nada, ¿verdad? —Gaby no ocultaba su rabia e Ian agradecía eso.

—No —contesta, mirando más allá de la calle, al tiempo que esta se quedó vacía con lentitud de policías—. Está muy mal, amigo, está azul y verde. La golpeóon hasta casi matarla; Justo cuando llegué tuvieron que reanimarla, casi… casi.

Ian no puede terminar esa frase, las palabras se atoran en su garganta, no iba a permitir que así fuese a terminar todo, no podía ni siquiera decirlo en voz alta; su mujer debía estar bien, mejor que bien.

—Encárgate de tu mujer —interviene el morocho, entendiendo bien la posición de su amigo y siendo consciente de aquello que calla, de aquello que no puede decir—. Yo voy a encargarme del hijo de puta que osó en ponerle las manos encima —sentencia el morocho antes de colgar el teléfono para ponerse en camino a quemar al imbécil que le hizo daño a Sofi.

—¿Qué haces? —pregunta una de las mujeres que tenía desnuda en una cama de hotel.

Gaby sólo la mira con el ceño fruncido, mientras se abrocha los pantalones.

—Tengo cosas que hacer —se limita a decir, toma sus cosas de la mesita de noche y se dirige a la puerta.

—¿Y vas a dejarnos así?

La voz de la mujer se vuelve melosa ya Gaby le hace estremecer el cuerpo con asco. No estaba para juegos ni mucho menos para mujeres que se entrometen en sus asuntos. La observa y ve como ella se abre de piernas y lleva una sus manos a su lugar excitado y húmedo. Él podía ver muy bien lo excitada que la mujer estaba, él mismo se había encargado de eso, luego de la primera ronda, pero no podía seguir con ella, con ninguna de ellas, cuando sus amigos necesitaban de él.

—Puedes ocuparte de eso —articulando, señalando que muy bien puede sacarse la calentura sola, sin la ayuda de él—. O puedes ayudarla.

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