—Sabes tan bien —habla con la voz ahogada por tenerla ocupada con el pecho de su mujer. Sube con lentitud hasta su cuello—. No voy a dejarte ni reaccionar, voy a estar dentro tuyo hasta que nos convirtamos en uno —Sofi traga en seco y muere su labio inferior ante semejante insinuación—. Y si sigues provocándome no te vas a poder sentar por una semana —le susurra con voz ronca al ver como ella muerde su labio. Sofi dejó automáticamente de respirar.
Con movimientos seguros, la abrió para él y bajando sus dedos al sexo femenino, comprobó que estaba más que lista para recibirlo. Sonriendo por sentirla tan mojada y sabiendo bien que era por las cosas que le decía, adentra dos dedos acercándose de nuevo a su oído.
—Estás muy mojada y caliente —Mueve sus dedos dentro de ella, llegando justo a ese lugar que la hace explotar—. Voy a cogerte y hacerte el amor hasta que pierdas tu jodida voluntad —Los dedos de Ian se empaparon con la savia de la chica. Si, él sabía que esas cosas le gustaban y le iba a dar lo que le gusta.
Saca sus dedos, al tiempo que interrumpe la boca de Sofi con la suya y con rapidez lo suplanta por su pene. La punta entra por los labios de su sexo y Sofi cierra los ojos, tan fuerte que, casi los pierde dentro. Ian puede su mandíbula a medida que entra tortuosamente lento en ella.
Cuando su punta tocó el fondo, sin que Sofi pudiera reaccionar, dio un giro rápido y circular provocando que ella grite placer. Sabe que está un poco adolorida y sensible todavía, pero quiere todo de ella y es tan malditamente egoísta que lo va a tener. Se acerca a su oreja y muerde su lóbulo, sin dejar de embestirla combinando sus movimientos entre rápidos y lentos, profundos y circulares, sintiendo como ella de a poco está perdiendo la conciencia bajo el cuerpo de él.
—Y esto recién comienza —le susurra con malicia.
Esa noche, Sofi perdió todo sentido, aquel hombre le había hecho los estribos de la mejor manera. No creía que fuera capaz de sentir tanto, no creía que fuera capaz de hacer todo lo que él le hizo. Esa noche fue toda plenitud para ambos.
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La villa Stagnaro bajo el radiante sol de la mañana se preparaba para recibir a los recién casados ya sus amigos para un desayuno en familia en el jardín alumbrados por los dorados rayos de sol y envueltos el verde de los prados.
Como en una caravana, comenzaron a llegar todos, los primeros en asomarse fueron los recién casados, que llegaban con unos de los autos que pusieron a su disposición Regina, ellos estaban junto a Mateo, lo habían pasado a buscar por la casa de los Torrielli antes de ir a desayunar con los demás. Detrás de ellos llegaba Sole y Erik que traían de pasajero a Tony, luego Alex y Lina y junto a ellos Aye y Gaby, todos con autos de alquiler. Estacionándose frente a la casa, cada uno se va dejando ver fuera de los vehículos. Regina los esperaba en la puerta para recibirlos prácticamente con los brazos extendidos para empezar con los abrazos. Y así fue, una vez que todos bajaron y se acercaron a ella, antes de entrar se saludaron con besos y abrazos. Sofi miraba a su abuela sin poder creer el cambio de ciento ochenta grados que había dado su abuela en tan solo un par de días. Y todo gracias a Ian.
Una larga mesa de hierro pintada de blanco con un exorbitante desayuno, compuesta por cafés, chocolatada (para los chicos), té (para Regina), tostadas, frutas, dulces, magdalenas, zumo; una variedad de comida como para alimentar un batallón, los esperados en los jardines de la casa. Cada uno se ubicó en un lugar bajo risas y bromas «obviamente que esta última se debe a Gaby y también a Lina» hacia los recién casados y su noche de bodas. La punta de la mesa estaba ocupada por Regina, a su lado derecho estaba Sofi seguida por Ian, Mateo y Tony. A su lado izquierdo estaba Sole, seguido por su marido, Erik, luego Alex, Lina Aye y por última Gaby.
— ¿Cómo pasó su noche bodas? —pregunta Gaby con malicia.
—Gabriel —chillan las mujeres.
—Ay, como si ustedes no…
—Basta —eleva la voz Lina, Gaby la mira y ella le hace señas con la mirada para que se diera cuenta que estaba la abuela de Sofi presente que se comportara.
—Si no lo dejan hablar por mí, no tiene por qué. Una vez tuve la edad de ustedes —suelta Regina dándose cuenta que aquella discreción era por ella.
—Vieron —señala Gaby—, es una nonna moderna —esto hace que Regina se ría sonoramente, pero sin perder su elegancia.
—¿Yo puedo decirle nonna? —le pregunta Aye elevando la cabeza y la voz para ser vista y escuchada. Regina la mira y ella vuelve hablar—. Tengo abuelos, tengo cuatro abuelos, pero no tengo una nonna —explica haciendo reír a todos.
—Es lo mismo, peque —espeta Mateo.
—No me digas, peque, Splinter —escupe la niña.
—Bueno, bueno —interviene Regina—; no me molesta que me digas nonna, Ayelén —le concede con una sonrisa.
—Gracias, nonna —le contesta Aye sonriendo.
—De nada, nipote.
—¿Nipote? —pregunta la niña con el ceño fruncido.
—Significa nieta —le explica de mala gana Mateo.
—Así es —secunda Regina y Aye sonríe orgullosa.
—Todavía no puedo creer que estén casados —suelta Sole al tiempo que se lleva el tenedor colmado de torta de chocolate a la boca.
—Yo tampoco —musita Sofi.
—Yo tampoco —concuerda Ian.
—Menos puedo creer que ya se conocieran —habla con vos soñadora.
—Nosotros tampoco —esboza Ian.
—Todas ellas están celosas por ese descubrimiento —suelta Gaby con burla.
—Conociste a Erik mucho antes que yo —expresa Sole.
—Y a Alex —acota Lina.
—Están celosas —asevera el morocho.
—Pero felices por ti —exclama Lina
—Brindemos —entona Erik levantando la copa de zumo de naranja, los demás lo imitan—. Por los recién casados.
—Por los recién casados —hablan en coro sus amigos y chocan las copas en el centro de la mesa.
—¿Te divertiste ayer? —le susurra Lina a Gaby y él se eleva de hombros—. ¿Al menos sabes cómo se llama?
—¿De verdad quieres saber? —cuestiona él, sabiendo bien que no se acordaba cómo se llamaba la chica que tomó ayer detrás de unas de las carpas escondidos de todos.
—No sabes cómo se llama —acusa Lina—, seguro que te lo dijo y ni lo recuerdas.
—No tiene importancia, no voy a volver a verla, Lina.
—Eres un maldito —murmura la castaña.
—No dramatices, Lina, seguro que ella tampoco se acuerda de mi nombre —Se acerca más a ella y le susurra—, pero te puedo asegurar que se acuerda de… ya sabes —esboza guiñando un ojo.
—No lo puedo creer —lo calcina con la mirada.
—No es para tanto —asegura el morocho.
—Un día —lo señala con el dedo acusador—, va a ver una mujer la que no recuerde tu nombre y tu no podrás olvidarte del de ella —Le sonríe con suficiencia—. Y ese día te voy a hacer recordar todas tus palabras, comenzando por " no tiene importancia" y seguido por "no dramatices”.
—Puede ser, pero también vas a estar a mi lado consolándome —le afirma, sabedor que su amiga jamás lo dejaría solo.
—Después del "te lo dije", voy a estar a tu lado, presumido —le sonríe dándose cuenta que Gaby no dijo, como siempre dice, que eso nunca iba a pasar, esta vez su contestación le dio a entender a ella que estaba muy cerca de que, su amigo de toda la vida, sintiera algo verdadero por una mujer.
Él le devuelve la sonrisa.
Luego del desayuno caminaron por los jardines de la villa, aprovechando el hermoso sol que les regalaba la media mañana de Milán. Almorzaron todos juntos en el lugar, volvieron a brindar por los recién casados y pasaron una maravillosa tarde en la residencia Stagnaro. Entrada la noche cada uno se dirigió a sus respectivos lugares de hospedaje. Los recién casados se quedaron allí y a pesar de estar muy cerca de la abuela de Sofi y de Mateo, la pasión y el amor fue más fuerte y se dejaron ser. Otra noche que Ian prometió no dejar a la ir hasta que ella pierda la conciencia. Y así fue.