ALESSANDRO
—Creo que es mejor que vaya a ducharme… —susurré molesto, saliendo de la cama para ir al tocador. Deseaba cargarla entre mis brazos y llevarla conmigo, tallar la sedosa piel de su cuerpo… volver a hacerla mía, mientras el agua se escurría sobre su cuerpo. Que el sonido de la ducha amortiguase los gemidos y alaridos de placer de nuestras bocas. Sin embargo, necesitaba un momento a solas para asimilar lo que acababa de ocurrir.
Tantos años maldiciéndola, detestándola ¿por nada?
Y ni siquiera tuvo la desfachatez de advertirme o refutarme en la cara cada vez que la insultaba o maltrataba.
¿Por qué?
¡Por qué!
Leticia sabía perfectamente cuan frustrado estaba por creer que le había entregado al enclenque de Luis su castidad; le hice la vida imposible en cuanto la tuve delante de mí y, aun con todo, ella ni siquiera parpadeó para mantener su mentira… ¿por qué?
Reposé mis manos al lavabo y me miré al espejo con desilusión porque, descubrir que perdió su virginidad en mi cama, le da