El Reino Nocturne
Las nubes grises cubrían el cielo perpetuo del reino vampiro, un manto denso que filtraba apenas una luz tenue y fría. No existía ni día ni noche como en el mundo humano; solo esa penumbra constante que envolvía la antigua tierra de los clanes. Los árboles de ramas retorcidas se alzaban como garras petrificadas y el viento arrastraba un eco lejano, como susurros de tiempos olvidados.
El Castillo del Clan Masquerade se erguía en lo alto de una colina, su silueta imponente dominando el paisaje gótico medieval. Las torres de piedra negra apuntaban al cielo como lanzas y las gárgolas que flanqueaban las murallas parecían custodios eternos. La fachada estaba cubierta de enredaderas marchitas, congeladas en un estado entre vida y muerte.
Dentro, el tiempo parecía haberse detenido. Grandes candelabros de hierro colgaban del techo abovedado, iluminando con una luz dorada los corredores de mármol oscuro. Los tapices bordados a mano narraban historias de antiguas batallas y pactos entre clanes. El aroma de incienso y cera quemada impregnaba el aire, mezclándose con un perfume más sutil: la esencia misma de la sangre que fluía en aquel lugar ancestral.
Alessia D’Angelo caminaba por el corredor central, sus pasos silenciosos sobre el mármol. Su vestido negro se ceñía a su figura con elegancia impecable; el corsé ajustado realzaba su porte altivo, mientras la falda de seda se abría en pliegues suaves que rozaban el suelo como una sombra viviente. Las mangas largas terminaban en puntas que cubrían parcialmente sus manos pálidas y un delicado bordado en hilo plateado adornaba el escote alto y recto del atuendo.
Su cabello oscuro estaba recogido en un elegante moño trenzado, dejando libres solo algunos mechones ondulados que enmarcaban su rostro. Los labios carmesí y los ojos afilados, del color del ámbar ardiente, reflejaban la autoridad de una mujer que había gobernado su clan durante siglos.
Al llegar al salón del trono, el sonido de las puertas de madera maciza abriéndose resonó como un trueno. El lugar estaba flanqueado por columnas de ónice y en el centro se alzaba un trono tallado en piedra negra, incrustado con rubíes que brillaban débilmente como ojos vigilantes.
A su lado, el primer consejero del clan, un vampiro de rostro severo y cabellos grises peinados hacia atrás inclinó la cabeza con respeto.
- Mi señora Alessia. - dijo en un tono grave - Hemos recibido noticias del ataque al grupo que viajaba a Yugoslavia.
Alessia se detuvo frente al trono, sin sentarse. Sus ojos centellearon con una mezcla de furia y cálculo frío.
- ¿Ataque? - su voz, suave, pero peligrosa, llenó el salón - Es imposible. Los habitantes en Yugoslavia no nos traicionarían. El acuerdo comercial les ha beneficiado durante siglos.
El consejero asintió con cautela.
- Exactamente, mi señora. Los pobladores no fueron responsables. Fue una trampa cuidadosamente diseñada para incriminarnos.
Los dedos de Alessia se crisparon ligeramente sobre la tela de su vestido.
- ¿Qué han perdido?
- Dos cofres de joyas y el cargamento de suministros, pero lo más grave es el asesinato de tres de nuestros emisarios. Los cuerpos fueron mutilados, dejándolos al sol antes de que pudiéramos rescatarlos.
El silencio que siguió fue sepulcral.
- Quieren hacernos parecer los agresores. - concluyó Alessia, su voz ahora un susurro afilado - ¿Y quién, sino nuestros enemigos, ganaría algo con esta farsa?
- Luna Roja, tal vez. - aventuró el consejero - Los humanos están cada vez más hostiles hacia nuestras actividades. Este incidente podría justificar una escalada en su persecución.
Los ojos de Alessia brillaron peligrosamente.
- Esto no quedará así. - Dio media vuelta, su vestido ondeando como una ola oscura - Reúne a los líderes del consejo. Quiero respuestas y quiero cabezas.
- Creemos que la gente de Luna Roja va a ir al lugar del ataque. Debemos recuperar los productos... y hablar con los jefes del pueblo para tener más detalles.
- Iré yo misma. No quiero que haya malentendidos.
El consejero levantó la vista, sorprendido por la declaración de Alessia. Sus labios delgados se torcieron en una mueca preocupada.
- ¿Irá usted misma, mi señora? - preguntó, como si la sola idea fuera inconcebible - Es peligroso. Si Luna Roja está detrás de esto, podrían estar esperándola.
Alessia entrecerró los ojos, su mirada ardía con la resolución de quien había librado guerras mucho antes de que el consejero hubiera nacido.
- Precisamente por eso, Renard. No podemos permitirnos más malentendidos. Si el pueblo cree que hemos roto nuestro pacto, perderemos su confianza. Y sin su colaboración, nuestras rutas comerciales en esa región quedarán expuestas. - su tono era cortante, pero contenido - No mandaré a nadie más a dar explicaciones por Masquerade. Sobretodo si murieron humanos en ese ataque.
Renard tragó saliva, claramente incómodo.
- Al menos déjeme organizar una escolta adecuada. No puedo permitir que viaje sola.
Alessia se volvió hacia él con una leve sonrisa que no alcanzó a suavizar la dureza de su expresión.
- ¿Desde cuándo necesito permiso para tomar decisiones, Renard? Sólo tú y Aria vendrán conmigo.
El consejero hizo una reverencia profunda, reconociendo su derrota sin replicar.
- Como ordene, mi señora.
La mujer giró sobre sus talones, su vestido negro ondeando como una sombra viviente, mientras se dirigía hacia la gran puerta del salón.
- Prepara un mensaje para los líderes del pueblo humano. - ordenó sin detenerse - Diles que voy en camino para asegurarles nuestra inocencia.
- ¿Y los productos saqueados? - insistió Renard, aún intentando contener su preocupación.
- Los recuperaremos. - respondió Alessia, con una frialdad cortante - Y cuando lo hagamos, quiero saber quién organizó esta trampa.
El aire en el salón pareció tornarse aún más denso cuando su voz resonó una última vez:
- Quienquiera que sea, pagará con sangre.
Su voz resonó como una sentencia inapelable mientras abandonaba el salón. El aire a su alrededor parecía vibrar con su ira contenida y las sombras en el castillo se agitaron, como si reconocieran la furia de su soberana.