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Capítulo 2: La Espera y el Primer Vuelo

El lunes, antes de que el sol despuntara a las 4:00 de la mañana, Carmen despertó en Santo Tomás de Aquino. Preparó un desayuno rápido, se vistió con esmero y, al salir de casa, se despidió de su madre. "Bendición mamá, deséame suerte para que me den mi pasaporte," dijo Carmen, con una mezcla de nerviosismo y optimismo. Luisa le respondió con una bendición, "Dios te bendiga hija y te acompañe en este día y puedas sacar tu pasaporte," mientras la acompañaba hasta la puerta, sus ojos fijos en la promesa de un futuro mejor.

Carmen se dirigió rápidamente a casa de Belkys Solórzano. "Hola, Katiuska, buen día, Sra. Belkys, ¿cómo están? Aquí estoy lista para ir a la oficina de migración a sacar el pasaporte," exclamó Carmen con energía. Katiuska, ya lista, respondió con su propio "Bendición madre, nos vemos ahora." Belkys les deseó a ambas un buen viaje y una pronta resolución de sus trámites. Las dos muchachas emprendieron el viaje de dos horas hacia Caracas, llenas de expectativas.

Al llegar a la capital a las ocho de la mañana, se encontraron con una fila interminable a las afueras de la oficina de migración. Las chicas se formaron al final, observando la multitud y el ir y venir de la gente.

Después de cuatro horas bajo el sol, la impaciencia comenzaba a hacer mella. "Carmen, tengo mucha hambre," dijo Katiuska, el estómago le rugía. "¿Qué te parece si vamos a esa panadería y compramos un par de panes y queso para comer? Porque esto durará mucho tiempo." Carmen, asintiendo, le respondió: "Ok, Katiuska, ve y compra los panes y un jugo mientras me quedo cuidando la fila."

Cinco largas horas después, finalmente llegó su turno. Las muchachas entregaron los documentos exigidos por la funcionaria, quien, tras revisarlos con minuciosidad, les entregó un documento firmado y sellado.

 La sensación de alivio fue inmensa. "Bueno, Katiuska," dijo Carmen, estirándose, "la espera valió la pena. Ahora a esperar que nos llamen por teléfono para ir al aeropuerto.

Mientras tanto, vamos rápido al terminal de pasajeros y agarramos el autobús que nos lleve a nuestro pueblo y de allí a casa a descansar después de un día muy agitado." Katiuska, agotada, añadió: "Sí, claro. Vamos, estoy muy agotada, me duelen terriblemente las piernas por permanecer tanto tiempo de pie."

El reloj marcaba las ocho y media de la noche cuando ambas llegaron a sus respectivas casas. De inmediato, comenzaron a contarles a sus madres cómo había sido el día, detallando el proceso y las preguntas curiosas que le hicieron a los funcionarios.

Mientras explicaban todo, cenaron apresuradamente y, exhaustas, se fueron a dormir, soñando con el siguiente paso de su aventura.

El sábado por la mañana, Katiuska recibió una llamada que la hizo saltar de la cama. Era la coordinadora de planificación del programa, quien le indicaba que debía presentarse en el aeropuerto de Catia la Mar el lunes a las 8:00 de la mañana.

Su vuelo con destino a Jena, Alemania, una ciudad con un ambiente familiar y la prestigiosa Universidad Friedrich Schiller, estaba programado para esa fecha y hora. La emoción la invadió.

Sin pensarlo dos veces, Katiuska le contó a su madre, Belkys, la gran noticia. Belkys, con una alegría inmensa, le dijo: "Bueno, hija, gracias a Dios te llamaron.

Ve y avísale a Carmen y a Luisa que te llamaron, ¡esto es maravilloso!" Katiuska, tan alegre y emocionada que se le olvidó por completo el desayuno, corrió directamente a casa de Carmen. "Buenos días, señora Luisa, ¿cómo está? Le vengo a comunicar que me llamaron y me dijeron que tengo que presentarme en el aeropuerto el lunes a las 8:30 para agarrar el vuelo de las diez. ¡Ya tengo listas las maletas para irme!" Luisa respondió con una sonrisa, "Gracias hija por avisarme," mientras su mente comenzaba a maquinar.

Dos horas más tarde de recibir la noticia, Luisa se dirigió a casa de Belkys, con una idea ya formada. "Buenos días, Belkys, ¿cómo está?" preguntó Luisa. Belkys, intrigada por la visita, le ofreció pasar: "Dígame, ¿en qué le puedo servir? Si claro, pase, tome asiento, le ofrezco un café mientras conversamos."

 Luisa, sin rodeos, expuso su propuesta: "Bueno Belkys, en vista de que tu hija la llamaron para presentarse en el aeropuerto, se me ocurrió venir a tu casa y decirte a ver si existe la posibilidad de que nuestras hijas se vayan juntas. Tu hija me dijo que en el terminal de pasajeros estaría un autobús que la transportaría hasta el aeropuerto." Belkys asintió: "Sí, Sra. Luisa, es correcto."

"Bueno, por eso vine a proponerle que las dos se vayan juntas porque mi hija no sabe llegar sola al aeropuerto," argumentó Luisa, sabiendo que la seguridad de Carmen era un punto sensible para Belkys. Belkys consideró la propuesta por un momento.

 "Bueno, sí, está bien. Quedamos así que las dos salgan juntas, pero eso sí, las dos tienen que salir a las 5:00 AM de la casa para llegar a la hora justa porque dijeron que ya tienen un listado de la gente que se va," añadió Belkys, recalcando la importancia de la puntualidad. "Gracias por la información," dijo Luisa, aprovechando la oportunidad, "por cierto, ¿tendrá un bolso grande? Yo no tengo en dónde mi hija guarde su ropa."

Belkys, sin dudarlo, respondió: "Tranquila, déjeme buscarlo." Segundos más tarde, Belkys le entregó un bolso espacioso a Luisa para que Carmen empacara sus cosas.

Luisa regresó a casa y llamó a Carmen. "Carmen, ven un momento, por favor," le dijo con un tono de urgencia. "Estuve hablando con Belkys y acordamos que ustedes se fueran juntas al aeropuerto. Aquí tienes un bolso lo suficientemente grande para que empaques todas tus cosas." Carmen asintió: "Sí, mamá, está bien, entendido." Y así fue, Carmen dejó todo listo. Solo esperaba con ansias que llegara el día para salir a su nueva aventura. Estudiar en otro país con todos los gastos pagos era un verdadero sueño hecho realidad.

Llegó el día esperado. Carmen se levantó a las cuatro de la mañana, se alistó y desayunó. Antes de partir, se despidió de su madre y de sus hermanos con un fuerte abrazo, prometiéndoles que al llegar a su destino los llamaría o les enviaría cartas.

 "Bendición madre," dijo Carmen, con la voz un poco quebrada por la emoción, "le mantendré informada de todo lo que pase, voy a buscar a Katiuska y nos vamos.

Estaremos en comunicación, ella con su madre y yo con ustedes." Luisa, con lágrimas en los ojos, le respondió: "Dios te bendiga, hija, y que Dios te ampare y te favorezca. Rezaré por ti todos los días, hija." "Amén, madre, hasta pronto," dijo Carmen, antes de salir.

Carmen salió a buscar a Katiuska, y juntas se dirigieron al terminal. Allí, un grupo de personas ya estaba convocado para ir al aeropuerto.

Cinco autobuses esperaban para salir a las 6:30 de la mañana. Llegada la hora, la gente abordó las unidades de transporte.

Las muchachas estaban nerviosas y ansiosas por ir al otro país a estudiar y conocer las culturas y costumbres. En el camino, conversaban animadamente sobre lo bien que la pasarían.

Las chicas rezaban para que no las separaran, deseaban estudiar juntas en la misma universidad. Sin embargo, en el trayecto hacia el aeropuerto, les daban una charla donde informaban que no todos quedarían en el mismo lugar para estudiar, que ya estaban distribuidos los grupos para diferentes ciudades del país. Esta noticia las llenó de una leve preocupación.

En el viaje al aeropuerto, les ofrecieron desayuno: sándwich con jamón y queso y un jugo. Al llegar al aeropuerto, se bajaron del autobús y se sorprendieron por la cantidad de gente que había, aproximadamente quinientas personas en la entrada. Salió un supervisor a dar la bienvenida y orientaciones acerca del viaje. Les dijo que debían esperar a que llegaran las visas de las personas que iban a salir, mientras la gente se distraía contando chistes y jugando juegos de mesa como dominó y monopolio.

Eran las 12 del mediodía cuando llegó Luis Valenzuela, uno de los coordinadores, para dar el siguiente aviso: "Señoras y señores, acaba de llegar la visa. Los voy a ir nombrando uno por uno para que pasen a abordar el avión con destino a Alemania.

A medida que pasen, adquieran sus boletos de ida y vuelta, tomando en cuenta que tienen que cuidar los pasajes." Luis Valenzuela comenzó a pronunciar nombres, y los convocados iban cumpliendo con los protocolos de abordaje.

 Por último, llamó a Katiuska Solimar. Luego, el Coordinador anunció: "Las personas que no he nombrado tienen que esperar en las instalaciones del aeropuerto."

En ese momento, Katiuska se acercó a Carmen, con una expresión de tristeza mezclada con la emoción de su partida. "Bueno, Carmen, hasta aquí te acompaño, pero nos veremos en cuanto llegues, nos encontraremos otra vez," le dijo Katiuska, intentando mantener la esperanza.

Carmen, aunque desilusionada por la separación, respondió con entereza: "Está bien, Katiuska, esperaré a que llegue la visa y me pueda ir. Nos veremos allá, hasta pronto." Katiuska subió al avión con destino a Alemania, mientras Carmen se quedaba en el aeropuerto, su mirada perdida entre la multitud.

Mientras Carmen esperaba en el aeropuerto, se unió a un grupo de tres jóvenes que también se habían quedado atrás: dos muchachas, Teodora y Julia, y un chico llamado Juan Carlos. Carmen, buscando compañía y distracción, inició una conversación con ellos. "Hola, mi nombre es Carmen Esmeralda y vengo del estado Miranda, ¿y ustedes?" preguntó con una sonrisa.

"Hola, mi nombre es Teodora, soy del estado Vargas. Soy Ingeniera Civil, tengo dos pequeños niños y en estos momentos, en cuanto me vaya a realizar este curso, mi mamá estará al pendiente de mis dos niños. Es una gran ayuda tenerla," respondió Teodora, con una mezcla de orgullo y preocupación materna.

"Hola, mi nombre es Julia y soy del estado Anzoátegui. Yo me dedico a ser manicurista, no tengo hijos y estoy estudiando en la universidad Administración de Recursos Humanos. Como vi esta oportunidad de hacer una carrera en otro país, congelé el semestre para así poder hacer este viaje. En cuanto regrese, vuelvo a retomar mi carrera. Esta es una oportunidad de oro," añadió Julia con entusiasmo.

"Hola, mi buena amiga Carmen," dijo Juan Carlos, extendiendo la mano, "mi nombre es Juan Carlos. Yo soy del estado Miranda, tengo 26 años de edad y soy Médico Veterinario. Estoy emocionado por esta nueva etapa."

"Me da gusto en conocerlos y me alegra muchísimo que dos de ustedes hayan estudiado en la universidad y tengan su título universitario, puedan ejercer lo que más les gusta," dijo Carmen, sintiendo una punzada de envidia sana.

"Y tú, ¿qué estudiaste?" preguntó Julia, curiosa. "Yo aún no he podido entrar a la universidad," confesó Carmen, un poco avergonzada. "Estaba trabajando de cajera en un supermercado y renuncié para realizar mis estudios en otro país. Espero que al regresar a Venezuela pueda encontrar una buena oferta laboral y finalmente comenzar una carrera."

El grupo de jóvenes estuvo hablando de sus vidas un largo rato, compartiendo sueños y temores. En eso, llegó la noche y Luis, el coordinador, llamó a las 50 personas que se quedaron. "Señoras y señores, afuera hay unos autobuses para que los transporten a unas cabañas para que descansen y estén el tiempo necesario en espera de que les llegue la visa y podamos enviarlos a buscar." Se subieron al autobús y, después de cenar, fueron a descansar.

En la mañana, desayunaron y decidieron realizar rutinas de distracción para mantenerse ocupados, desde juegos de mesa hasta conversaciones animadas. Llegó el atardecer y aún no los llamaban, así que esa noche también tuvieron que quedarse a dormir en las cabañas, la incertidumbre comenzaba a pesar.

Al segundo día, por la mañana, continuaron con sus rutinas. Carmen se dirigió al grupo al que se incorporó el día anterior y les preguntó: "Julia, Teodora, Carlos, ¿no se les hace extraño que no nos hayan llamado todavía? Katiuska ya está en Alemania."

"Claro, Carmen, se están demorando mucho," dijo Julia. "Ya regreso, voy a preguntarles a los encargados de las cabañas a ver si saben algo.

Esto es una locura, tanta gente esperando." Julia se les acercó y habló con ellos, a lo que respondieron que estaban esperando la aprobación final de las visas para poder salir, y que debían seguir esperando pacientemente.

Julia regresó con el grupo y les comunicó lo que le dijeron. Al pasar las horas, siguieron con sus distracciones, intentando mantener el ánimo. En eso, llegó la noche, cenaron y durmieron, con la esperanza de que el día siguiente traería buenas noticias.

Ya en el tercer día, el grupo de 50 personas despertó con una rutina ya establecida, continuando con sus labores en espera de que los llamaran.

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