En medio de la desesperación, el estrés y el cansancio que se acumulaban con los días, el teléfono de Zack sonó, interrumpiendo la tensa calma. Era un número desconocido.
—Buenos días, ¿quién es? —preguntó Zack, mirando la pantalla con el ceño fruncido.
—Esperamos que usted sea el señor Zack, porque tenemos aquí a tu mujer, la tal Carmen Esmeralda. Te pedimos la cantidad de cincuenta mil dólares en efectivo y la liberamos. Tienes hasta las tres de la tarde de hoy para conseguir ese dinero, o la matamos. En un rato te daremos la dirección para que nos lleves el dinero, pero mucho cuidado si llamas a la policía, porque no la volverás a ver —sentenció el Maestro, la voz cargada de amenaza.
—Díganme, ¿dónde están? —cuestionó Zack, el corazón en un puño.
Mientras Zack hablaba, el captor le colgó el teléfono a mitad de la conversación.
—Amigo, ¿qué pasó? ¿Qué te dijeron? —preguntó **Lino**, notando la expresión de Zack.
—Amigo, me llamaron los secuestradores y me están pidiendo cincuenta mi