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Capítulo 3: El Nuevo Horizonte

A las 12 del mediodía, mientras almorzaban, llegó uno de los encargados, Mario, con una noticia que los tomó por sorpresa. "Señores," dijo Mario con una sonrisa enigmática, "se nos ocurrió una idea. En vista de que todavía no han llegado sus visas y deben seguir esperando, venimos a llevarlos a la playa. ¡Un cambio de aire les sentará bien!"

En seguida, todos exclamaron con alegría: "¡Excelente idea, vámonos para la playa a disfrutar un rato!" La propuesta fue recibida con entusiasmo, rompiendo la monotonía de la espera.

Después de que el grupo de 50 personas estuviera por largas horas disfrutando de la playa, Mario, con una voz que transmitía urgencia, les dijo: "Oído, grupo, alístense que recibimos una llamada de que tienen que estar en el aeropuerto porque ya les llegó la visa. ¡Así que apresúrense, es hora de viajar!"

La noticia desató una euforia colectiva. Todos recogieron sus cosas a toda prisa y se fueron en los autobuses de vuelta al aeropuerto.

Al bajar del autobús, el señor Luis Valenzuela, el coordinador, los llamó uno por uno y les entregó su pasaje. La tensión y la emoción se podían cortar con un cuchillo.

 En eso, Carmen recibió su pasaje. Entró al aeropuerto, observó detenidamente el avión que la esperaba en la pista, sus ojos brillando con lágrimas de emoción. En voz alta, para sí misma y para el universo, exclamó: "¡Gracias, Dios mío, por permitirme viajar, esta es mi primera vez en un hermoso avión, hacia un lugar desconocido, a conocer las culturas y costumbres de otras personas, a aprender una carrera que me ayudará en un futuro!"

Ante esta exclamación llena de gratitud y esperanza, Carmen terminó de subir al avión. El último pasajero abordó, y cuando todos estuvieron ubicados en sus asientos, salió la aeromoza y les dio las instrucciones de seguridad habituales: cómo comportarse en el avión, apagar los teléfonos celulares, abrocharse el cinturón de seguridad y la ubicación de las salidas de emergencia.

La puerta se cerró, y Carmen sintió que su verdadera aventura, aquella que cambiaría su vida para siempre, finalmente comenzaba. El avión empezó a moverse, despegando hacia un futuro incierto pero lleno de promesas.

El avión despegó con un suave cosquilleo en el estómago de Carmen. Para alguien que viajaba por primera vez en aeronave, la sensación era indescriptible: una mezcla de ascensor ascendente y un metro subterráneo que, sin vibraciones bruscas, la elevaba a alturas inimaginables. El viaje, de diecinueve horas, había comenzado a las seis de la tarde, prometiendo llevarlos a un mundo completamente diferente.

Finalmente, a la una de la tarde, aterrizaron en el aeropuerto de Frankfurt. Al bajar del avión, fueron recibidos por un vibrante grupo de habitantes locales. Cantos y bailes llenaron el aire, dejando una impresión duradera de calidez y hospitalidad en los recién llegados. El recibimiento fue un bálsamo para el largo viaje y un preludio prometedor de lo que les esperaba.

Al concluir el emotivo acto de bienvenida, el alcalde de la ciudad se dirigió a ellos con una voz resonante y amable. "Bienvenidos a esta humilde ciudad. Son los pioneros en este convenio entre nuestros países. Aquí estudiarán en nuestras mejores universidades, como la Universidad Friedrich Schiller, la Universidad de Hamburg y, por supuesto, la Universidad Goethe de Fráncfort del Meno, entre muchas otras. Estudiarán de lunes a viernes, y tendrán salidas supervisadas los fines de semana a lugares importantes como teatros, plazas, parques, etcétera. ¡No se aburrirán, se los garantizo!" El alcalde gesticuló hacia el exterior. "A las afueras del aeropuerto," añadió, "están los transportes de las respectivas universidades a donde irán a cursar sus estudios durante los próximos tres años."

Carmen, con una punzada de nostalgia y asombro, no dejaba de contemplar cada detalle a su alrededor. Este viaje era mucho más que un programa de estudios; era un escape, una aventura personal largamente anhelada.

Quería experimentar todo lo que había deseado por tanto tiempo, y esos tres años en un país extranjero eran la oportunidad perfecta para lograrlo, lejos de la influencia y los maltratos psicológicos de su madre. La idea de forjar su propio camino, libre de las expectativas y manipulaciones de Luisa, le infundía una fuerza renovada.

El alcalde hizo una última acotación importante: la universidad donde se quedarían a dormir y estudiar albergaba a más de 4,000 personas, incluyendo 2,000 estudiantes venezolanos de diversas edades, distribuidos en distintas casas de estudio para ingresar en diferentes carreras.

"Les reitero nuevamente la bienvenida," concluyó el alcalde, "esperando que su estancia sea muy agradable y fructífera. Gracias por su atención." Carmen Esmeralda se dijo a sí misma en voz baja: "Ha de ser un lugar muy grande. Ya quiero llegar allá para ver cuán inmenso es. Por los momentos, me tocará hacer nuevas amistades en este lugar. Mañana buscaré a Juan Carlos, Teodora y Julia." La anticipación por lo desconocido la embargaba por completo.

Una vez concluida la actividad de bienvenida, los estudiantes venezolanos se dirigieron a la universidad. Al bajar de los autobuses, se reunieron y fueron nombrados por grupos de alojamiento: Unidad 1, 2, 3 y 4. El director, un hombre de semblante serio pero voz cordial, se dirigió a ellos.

"Tomen sus mapas del campus y diríjanse a los edificios donde están sus dormitorios desde ahora y hasta que regresen a sus casas. Los cuatro edificios, de diez pisos cada uno, se dividen en dos partes: los dos primeros son para las damas y los otros dos para los caballeros."

Continuó el director, explicando las normas básicas de convivencia. "En cada piso hay 25 dormitorios y en cada dormitorio hay 4 camas, es decir, que cada quien debe estar en el edificio que le corresponda.

En sus habitaciones encontrarán las normas y el reglamento de la universidad; por favor, léanlos y cúmplanlos con diligencia para no tener que sancionarlos.

“Además, a cada estudiante se le entregó una tarjeta de acceso que también funcionaba como calendario y control para el comedor. "Deben cuidar esta tarjeta," enfatizó el director, "porque es indispensable para llevar un control en el comedor. Sin ella, su entrada no será posible.

 Además de la tarjeta del comedor, también se les dará a cada uno cien dólares para cuando salgan de paseo puedan comprarse lo que quieran. Para adelantarles un poco de las normas y reglamentos que encontrarán en sus habitaciones, déjenme decirles que el timbre suena a las 6:00 de la mañana para indicarles a los estudiantes que tienen que estar listos a las 7:00 de la mañana para desayunar."

El director, Juan Manuel, hizo una mención importante sobre el inicio de las clases. "Las clases no darán inicio sino hasta la semana siguiente, dando chance de que terminen de llegar los demás estudiantes que faltan.

Mientras tanto, realizarán distintas actividades como juegos deportivos, lecturas, y hasta hay un salón de computación donde se puede, no solamente para las investigaciones, sino también para mandar correos electrónicos a sus familiares de sus experiencias adquiridas en el lugar." Tras la charla del director, los estudiantes comenzaron a recorrer el lugar para familiarizarse con él, sus ojos curiosos explorando cada rincón de lo que sería su hogar por los próximos tres años.

Carmen, aprovechando el tiempo libre, logró encontrar a sus compañeros que conoció en el aeropuerto: Juan Carlos, Teodora y Julia. Se saludaron con efusividad, compartiendo sus primeras impresiones de la universidad. "¿Oye, Carmen, en qué unidad quedaste?" preguntó Teodora, ansiosa por saber. "Bueno, mi amiguita, quedé en la Unidad B-2," respondió Carmen. "¿Y ustedes en qué unidad quedaron?" Teodora explicó: "Yo quedé en la D-5, Julia y Juan Carlos quedaron en la unidad C." Aunque no estarían en el mismo edificio, la cercanía les permitía mantener el contacto.

Los cuatro amigos se dispusieron a recorrer el lugar. Todo estaba muy organizado y limpio, superando sus expectativas. Conversaron con algunos habitantes del lugar, intentando comprender un poco del dialecto local y la cultura.

 En cuanto a la comida, se encontraron con un menú muy variado, lo que fue un agradable alivio. Los estudiantes podían elegir entre comidas elaboradas con hortalizas y verduras frescas, o si lo preferían, arroz blanco, carne, pollo y cerdo horneado. Para el desayuno, servían sándwiches con queso y jamón o cereal, además de jugo de fruta para complementar. La comida era abundante y nutritiva, un contraste notable con las limitaciones que a menudo enfrentaban en casa.

Los chicos se pasaron el día conversando con los lugareños, quienes les contaban historias y anécdotas fascinantes sobre su país y sus costumbres.

Quedaban fascinados con todo lo que decían, cada conversación abría una ventana a un mundo nuevo. Al llegar la noche, cenaron juntos en el comedor, compartiendo sus impresiones del día, y cada quien se dirigió a su dormitorio a descansar, con la mente llena de nuevas experiencias y la promesa de un futuro emocionante. La cama, aunque desconocida, les brindaba un descanso bien merecido después de la jornada de exploración.

Al amanecer, los estudiantes se formaron en el comedor, el olor a café y pan recién hecho llenaba el aire. Se deleitaron con el maravilloso desayuno que les habían preparado, saboreando cada bocado de aquel menú variado. Al terminar, se dirigieron al patio central, donde una ceremonia protocolaria los esperaba.

Entonaron los himnos de ambos países, un momento que les erizó la piel, sintiendo una mezcla de orgullo por su tierra y gratitud por la nueva oportunidad. Luego, el director de la universidad se dirigió ante ellos para presentarles a sus profesores guías, quienes los acompañarían y asesorarían durante su estancia.

También les presentó a un orientador, cuya función sería guiarlos y prestarles ayuda ante cualquier inconveniente o duda que se les presentara, asegurando que no se sintieran solos en este nuevo ambiente.

Después de la presentación, el director dejó a los participantes para que continuaran con las distintas actividades que les ofrecía la universidad.

El objetivo era que se adaptaran completamente antes de que las clases empezaran formalmente la semana siguiente. Carmen se reunió con sus compañeros Juan Carlos, Teodora y Julia, y continuaron con su recorrido por el campus, conversando con otros chicos del país anfitrión.

Dos horas después, se unían a otros grupos para participar en actividades como lectura, bailoterapia e idiomas, aprovechando cada oportunidad para sumergirse en la cultura local y mejorar sus habilidades.

A la hora del almuerzo, se reunían en el comedor, y al pasar por el exhibidor donde tenían la comida, iban seleccionando lo que más les gustara. Carmen eligió arroz con pollo horneado, tajadas y ensalada. "¡Qué delicia!" exclamó Carmen, saboreando la comida con genuino placer.

 Al llegar la tarde, Carmen se fue a su habitación. Allí, para relajarse, vio una película en la televisión. Luego, cambió el canal y comenzó a ver las noticias locales, intentando entender un poco más del mundo que la rodeaba.

Llegó el día domingo y Carmen se encontró con Teodora, Juan Carlos y Julia. Habían acordado desde el día anterior desayunar los cuatro juntos, aprovechando los últimos momentos de libertad antes del inicio de las clases. En ese preciso momento en que estaban desayunando, el director de la universidad convocó a todas las personas a reunirse en el jardín principal para darles nuevas orientaciones acerca del curso que se iniciaría a partir del día siguiente.

"¿Qué será lo que nos querrá decir el director?" preguntó Carmen, con una mezcla de curiosidad y nerviosismo. "¿Será que nos dará nuevas orientaciones para empezar con las clases desde mañana?" Julia, con una actitud más relajada, añadió: "Yo creo que sí, porque ya llevamos aquí una semana haciendo actividades deportivas, leyendo, viendo televisión.

 Las noticias y sus películas nos han dado mucho tiempo libre para conocer el lugar también. Bueno, desayunemos tranquilamente y luego saldremos a ver qué es lo que nos dirá el director."

Al cabo de media hora, con el desayuno ya terminado, todos se reunieron en el jardín principal, como lo había ordenado el director. Él, con su voz clara y autoritaria, comenzó a darles nuevas orientaciones, cruciales para el comienzo de su formación.

 "Estimados estudiantes, ayer llegó el último vuelo de los participantes que van a alojarse aquí en la institución. Mañana inician sus clases y, en estos momentos, sus profesores y orientadores les están dejando sus guías y plan de estudio, además de su horario en las mesas de sus dormitorios. Esperemos que su estadía aquí no les incomode; por el contrario, sirva para derribar las barreras ideológicas e idiomáticas que en ocasiones nos separan."

El director continuó, enfatizando el compromiso de la institución: "Mientras tanto, todo el personal que labora en esta universidad tratará de que su estadía aquí sea de mutuo compartir en un 'feed back' de conocimientos y experiencias. Mientras estén conviviendo aquí, daremos todo lo mejor de nosotros para que estén a gusto en este lugar."

 Luego, con una sonrisa, añadió: "Por cierto, se me olvidaba que, como habrán notado, aquí dentro del campus hay de todo lo que puedan imaginar, entre ellos una tienda de regalos donde pueden adquirir estampillas para que puedan escribirle a sus familiares y enviar sus cartas a Venezuela.

Como también pueden usar la sala de computación para enviar correos y así puedan hablar de todas sus experiencias y todo lo que han pasado, lo que han vivido en su estancia aquí. Las cartas se estarán recibiendo de lunes hasta el sábado y al día siguiente se estarán mandando a sus familiares.

Ahora bien, dichos los nuevos lineamientos, ahora pueden continuar con sus actividades que han estado realizando durante toda la semana." Y así concluyó el director después de su extensa charla, dejando a los estudiantes con una mezcla de emoción y ansiedad por el día siguiente.

Dicho todo esto, los estudiantes se dispersaron, volviendo a sus distintas actividades, aunque el ambiente ya era diferente, cargado de la expectativa del inminente inicio de clases. "Bueno, amigos, mañana empiezan nuestras clases y no nos veremos seguidamente, así como lo hemos estado haciendo durante toda la semana," dijo Carmen, con un dejo de nostalgia en su voz.

Julia, siempre optimista, intentó calmarla. "Tranquila, amiga, sí nos estaremos viendo, pero poco, porque como ya empiezan las clases, quizás nos veremos en el desayuno, en el almuerzo o en la cena también.

Como nos comentó desde el principio el director, estaremos saliendo los fines de semana, podremos ir de paseo a los teatros, cines, parques, etc. Tranquila, no te desanimes, nos estaremos viendo por allí en los pasillos también, y bueno, en algún momento nos reuniremos y conversaremos más a fondo." Teodora, con gran entusiasmo, añadió: "Claro, por supuesto, amiga, no nos desanimemos. Nos encontraremos por los pasillos, charlaremos, conversaremos. La vamos a pasar muy bien, ¡ya lo verán!"

Juan Carlos, con su voz pausada y reflexiva, complementó: "Así es, muchachas, la vamos a pasar en grande aquí. Me siento a gusto en este lugar. De este país no conocemos nada, solamente lo que hemos estado conociendo aquí adentro de la institución, y bueno, tampoco vamos a escaparnos por allí, ¡será para que nos devuelvan para Venezuela! Paciencia, estos tres años van a pasar muy rápido y, cuando menos lo pensemos, entonces no nos vamos a querer ir…

… Como somos de distintos estados de Venezuela, así que aprovechemos lo mejor posible nuestra estancia aquí, convivamos sanamente en este lugar, y cuando llegue ese momento de irnos, nos intercambiaremos nuestros números de teléfono, nuestros correos electrónicos, nuestro F******k y nos mantendremos informados para cuando lleguemos a Venezuela, nos mantengamos en contacto y nos encontremos en algún momento por allá y a seguir compartiendo nuestras experiencias."

Las palabras de Juan Carlos infundieron un sentido de propósito y camaradería en el grupo.

Los cuatro amigos estuvieron en sus distintas actividades por el resto del día, asimilando la charla del director y la realidad de que la semana de adaptación llegaba a su fin. Al caer la tarde, Carmen se sentó en el jardín, contemplando el bello atardecer.

Era una vista maravillosa, los colores del cielo pintando un lienzo que la hacía sentir pequeña pero inmensamente afortunada. Luego, junto a sus compañeros, se dirigió al comedor para cenar. "Amigos, estoy nerviosa," confesó Carmen mientras tomaba su comida, "mañana empiezan las clases, ojalá que los profesores sean muy comprensibles con nosotros y nos tengan paciencia."

Julia, viendo la ansiedad en Carmen, le respondió: "Amiga, cálmate, no te angusties, mañana será un nuevo día. Como nos dijo nuestro amigo Juan Carlos esta mañana, esto es un nuevo reto para nosotros.

Yo veo esto como una nueva aventura que vivirá por siempre en mi recuerdo y que no se me olvidará jamás mientras esté con vida. Esta es una experiencia muy buena para mí, y así quiero que lo vean ustedes también, porque esta es la primera vez que salgo de mi país y quiero vivir y experimentar estos tres años que estaremos en este lugar y compartiendo con ustedes."

Teodora, con una risa suave, agregó: "Teodora, cálmate, tú también estás muy intensa. Yo sé que esto es como un escape para cada uno de nosotros, ya que estamos aquí, aprovechemos el momento. ¡Ya no hay tiempo para tener miedo!"

Los cuatro amigos estuvieron conversando largo rato, liberando sus nervios y expectativas. Finalmente, a las nueve de la noche, el timbre sonó, avisando que ya era la hora de dormir para empezar otro nuevo día como estudiantes.

Los amigos se despidieron, fueron a sus dormitorios. Carmen solo pensaba en lo que le deparaba el nuevo día, a quién conocería y cómo serían sus profesores, sumergiéndose en el sueño con la mente llena de interrogantes y la emoción del primer día de clases en un país desconocido.

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