Capítulo 5

[Donovan]

Podía ver a todos corriendo de un lado a otro, buscando con desesperación la maldita carpeta que no aparecía. No quería salir de mi oficina; si lo hacía, terminaría despidiendo a todos los incompetentes frente a mí y a cualquiera que se me apareciera al frente.

Maldita sea, ¿por qué tuvo que pasar justamente hoy?

El reloj marcaba las 7:23 de la noche cuando la noticia llegó a mi oficina. La carpeta estaba desaparecida. La carpeta que contenía los documentos esenciales para la licitación más importante del año. Nos habíamos preparado por meses para este momento. Estábamos en un momento crucial, no solo para la empresa, sino para mi reputación. Me había partido el culo colocando a esta empresa en la cúspide y no iba a dejar que la incompetencia de los demás arruinara todo.

Me levanté del sillón, ajustando el botón de mi chaqueta mientras recorría la sala con pasos lentos pero medidos, mirando con frialdad cada punto a mi alrededor. Mis empleados estaban allí, inmóviles, como si el aire mismo los hubiera paralizado.

¿Me tienen miedo?

Pues deberían. Si esa carpeta no aparece, yo...

—¿Cómo pudieron perderla? ¡Quisiera saber cómo demonios perdieron la maldita carpeta! —mi voz resonó en el espacio, logrando que todos se removieran incómodos en sus lugares. Me tenían miedo y estaban en todo su derecho de tenerlo. Si los despedía, les sería muy difícil volver a encontrar un trabajo en poco tiempo. Mi empresa no le daba recomendaciones a nadie.

Quizás fue por eso que nadie respondió. Sus miradas evitaban la mía, como si eso pudiera salvarlos de mi escrutinio. De mi futuro castigo.

Me detuve frente al ventanal, observando la ciudad iluminada. La calma de las luces contrastaba con el caos que mis empleados habían provocado. Así no era como había imaginado volver al trabajo. El viaje a Seattle para inspeccionar personalmente al idiota de Adrik me había dejado un sabor de boca bastante amargo, por lo que regresar y encontrarme con este desastre solo me había puesto de peor humor que de costumbre.

Giré lentamente hacia ellos y los miré fijo, sin demostrar absolutamente nada en mi mirada.

—¿Ninguno responderá? Trabajamos para diseñar estructuras que soporten el paso del tiempo... Pero parece que no pueden siquiera manejar una simple carpeta. ¿Es esto lo que debo esperar de ustedes? ¿Incompetencia? Todos aquí son responsables de lo que está pasando.

Uno de mis asistentes más jóvenes, pero capaces, intentó hablar, sugiriendo revisar las cámaras de seguridad; sin embargo, yo resoplé. Lo miré y el peso de mi mirada bastó para silenciarlo.

No puedo seguir escuchando tantas idioteces.

—Eso debió hacerse hace horas. Ahora es irrelevante. ¿Alguna otra idea? ¿Debería ponerles un ultimátum? Quizás eso los motive a conseguir lo que quiero... Lo diré una última vez: o aparece la carpeta o... —respondí, con una calma que era más aterradora que cualquier grito. Sin embargo, la puerta se abrió de golpe, interrumpiéndome.

Uno de los empleados entró apresurado, con la carpeta en las manos y completamente despeinado. Su respiración era errática y su rostro, pálido. Parecía que iba a desmayarse en cualquier momento.

¿Dónde la habrá encontrado?

Parecía que lo hubiera arrollado un autobús en medio de la calle. Idiota.

—Señor Gavrilov, la encontré. Estaba en el archivador del ala este. Fue un error; alguien la colocó allí por accidente.

¿Error?

¿Error en una empresa que se dedica a realizar diseños de construcción?

¡¿Acaso están dementes?!

Di tres largos pasos y tomé la carpeta de sus manos, revisando cada documento con precisión, verificando que todo estuviera en orden. Y así estaba. Cerré la carpeta y me giré hacia Anna, mi secretaria. Ella estaba justo a un lado, de pie, con las manos entrelazadas hacia el frente, demostrando vergüenza y arrepentimiento. Su rostro también mostraba una mezcla de nerviosismo y esperanza.

Esperanza...

Pff, la esperanza es para los débiles.

—Anna —dije, mi tono tan frío como el mármol. No podía permitir algo como esto. Ni hoy, ni nunca—. Esto no es un simple error. Es una negligencia inaceptable. Eras la responsable de todos los documentos referentes a la licitación. La empresa puso en tus manos todo el trabajo de meses y tú decidiste perderla. Tu incompetencia ha puesto en riesgo el trabajo de toda la empresa y yo no acepto errores. Por favor, toma tus cosas y pasa por recursos humanos. Estás despedida.

Genial, ahora debo pedir una nueva secretaria.

—Señor Gavrilov, yo... —comenzó a decir, pero levanté una mano, deteniéndola.

No tenía tiempo para esto.

—No quiero excusas, no me interesan. No acepto incompetencias en mi empresa y tú no solo fuiste incompetente, sino que pusiste en riesgo la reputación de todos aquí. Mi decisión está tomada: estás despedida. Recoge tus cosas y vete de inmediato.

—Por favor, señor Gavrilov, llevo años trabajando para usted. Fue mi primer error; no volverá a suceder —su voz temblaba. Ella realmente estaba arrepentida, pero aquí no había espacio para la compasión.

No en mi empresa, ni bajo mi mando.

—No volverá a suceder porque ya no trabajas aquí. Tu tiempo ha terminado. Ahora, vete.

Ella permaneció inmóvil por un momento, como si no pudiera procesar lo que acababa de escuchar. Seguramente pensando que se trataba de alguna broma, pero para su mala suerte, yo odiaba las bromas. Finalmente, asintió, con los ojos vidriosos, y salió de la oficina sin decir una palabra más.

Los demás ni siquiera la miraron. Sabían que no podían hacer nada para ayudarla.

Me giré hacia los demás y, manteniendo la misma postura, les dije:

—El resto, vuelvan a sus puestos. Este contrato debe estar listo para mañana. Ni un solo error. ¿Entendido?

No esperé respuesta de ninguno. Rodeé mi escritorio y me senté nuevamente, abriendo la carpeta y enfocándome en los documentos, encerrándome en mi propio mundo. El murmullo de los empleados abandonando la oficina se desvaneció y el silencio volvió a reinar. Todo estaba bajo control, como debía ser.

Odiaba los errores; solo me atrasaban y me complicaban todo.

Ahora necesitaba una nueva asistente, todo gracias a la tonta de Anna.

—Max, ven a mi oficina. —Le pedí a mi otro asistente por el intercomunicador.

Él llegó casi al instante.

—Señor Gavrilov.

—Abre convocatorias, estoy en busca de una nueva asistente. —Le dije y el chico abrió la boca, sorprendido.

—Señor, pero aquí tenemos a las mejores secretarias. Le aseguro que...

Levanté la mirada de los documentos y lo miré sin ninguna expresión en mi rostro. Eso bastó para callar al pelinegro de mejillas regordetas.

—Quiero a una persona nueva; quizás sea menos incompetente que las demás. —Le pedí y Max asintió después de un rato, anotando todo en su MacBook—. Un mes. Quiero a mi nueva asistente en un mes.

—Entendido, señor. —Respondió el chico, un poco nervioso mientras terminaba de escribir lo que le acababa de pedir. Intentó girarse para salir, pero yo lo detuve.

—Max... —me miró como si de alguna manera fuera su peor pesadilla—. Escoge a la mejor... Si me traes a otra incompetente como Anna, despídete de tu trabajo. Me aseguraré de que no trabajes ni como lavaplatos, ¿entendido?

El mencionado tragó grueso y finalmente asintió, girándose y dejándome a solas en mi oficina. Finalmente pude relajarme al no escuchar absolutamente nada.

Amaba mi soledad; eso me hacía muy feliz.

Sin embargo, ese silencio me duró solo dos segundos, ya que mi teléfono zumbó en mi escritorio, logrando que soltara un gemido lleno de cansancio en cuanto fui capaz de ver el nombre de mi abuela.

Seguramente estaba esperando que le diera un informe sobre mi visita a Seattle. Volví a suspirar y, después de dejar que el teléfono zumbara un par de veces más, tomé el aparato y respondí:

—Un gusto escucharla, señora Gavrilov. —Respondí en un tono sarcástico.

Se mantuvo un pequeño silencio al otro lado de la línea y yo me apreté el puente de la nariz. Ella sabía que estaba molesto por haberme hecho salir de mi zona de confort.

—Deja el sarcasmo a un lado, Donovan. —Me regañó y yo rodé los ojos, a sabiendas de que no podía verme—. Sabes que de no haber sido urgente, no te habría molestado.

—No entiendo por qué pedírmelo a mí. No formo parte de la empresa.

—Eres un Gavrilov. —Respondió como si esa fuera la respuesta correcta a cualquier cosa que ella hiciera—. Sin importar que hayas creado tu propia empresa, formas parte de nuestro imperio y siempre lo serás. Te guste o no.

Maldije con voz inaudible.

La abuela jamás entendería el odio tan grande que le tenía a Adrik. No lo soportaba; había algo en él que no me cuadraba. Él y su madre estaban locos por ponerles la mano a la fortuna de la familia, pero muy por encima de todo, a la presidencia de Gavrilov Group. Todavía recordaba a la perfección cómo el idiota había hecho un desastre con ella en solo un año como presidente de la compañía.

El hijo bastardo de mi padre no servía para nada, pero al tener nuestra sangre y nuestro apellido, compartía los mismos derechos que yo, a pesar de ser un bastardo.

Sabía que el odio era mutuo; después de todo, él había sido la opción de descarte de la abuela, ya que yo me había negado por completo a asumir la presidencia. No quería formar parte de una familia donde todos guardaban secretos que perfectamente se pudieron haber evitado.

Tanto mamá como la abuela tuvieron conocimiento del adulterio que había cometido papá y, aun así, callaron y decidieron vivir como si nada hubiera pasado. Yo, en cambio, jamás se lo perdonaría.

Fue por eso que fundé mi propia empresa, enfocada en mi carrera como arquitecto. D&G Enterprise Holdings estaba escalando poco a poco entre las mejores empresas de arquitectura y no podía sentirme más orgulloso de todo lo que había logrado solo, sin la ayuda de los contactos de mi familia.

Muy al contrario de mi medio hermano, que no tenía ni idea de qué hacer con su vida.

Y aun así, logró ganarse el amor de Cassia.

Cassia...

Jamás pensé que podrías llegar a enamorarte de él. Creía que en cualquier momento te darías cuenta del error que habías cometido y vendrías a buscarme.

Sin embargo, ni siquiera quisiste verme en Seattle; te excusaste en tu esposo y te negaste a verme.

Todavía recordaba los meses que intenté comunicarme con ella, pero no tuve éxito alguno. Lo poco que supe fue por parte de la abuela, quien me dijo que Cassia estaba completamente feliz y dichosa de ser la esposa de Adrik; incluso la última vez escuché que estaban en busca de su primer bebé.

¿Cómo es posible que un idiota como él hubiera podido encontrar a una princesa como tú?

—¿Donovan? ¿Estás ahí?

Pegué un pequeño brinco y parpadeé varias veces, aterrizando en la realidad. Odiaba seguir perdiendo mi tiempo pensando en Cassia. Ella ya había tomado su decisión y yo no podía seguir pensando en protegerla de Adrik. Al parecer, el tipo era competente con ella.

Era lo mínimo que podía hacer: tratarla bien.

—Sí, estoy aquí, abuela. ¿Quieres que te informe sobre lo que vi? —Le pregunté y ella suspiró al reconocer mi tono de voz lleno de desaprobación—. Te advierto que no es nada bueno.

El idiota de Adrik estaba a punto de quebrar una de las subsidiarias.

Ay, Cass... ¿Por qué no te arrepentiste a último momento?

Me habría encantado haberte hecho cambiar de opinión con mi cuerpo. Esa fue mi última carta.

Y aun así, lo escogiste a él.

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