—Por acá está la cocina y arriba están las habitaciones. —Logré escuchar a través de la puerta donde estaba encerrada. Tenía el cuerpo adolorido por la paliza que había recibido anoche y un corte en la ceja que necesitaba ser curado, pero Adrik me había dejado aquí y me dijo que no saldría hasta que él lo quisiera.
A veces eran horas... o días. Todavía seguía sorprendida por lo extremadamente malo que había sido conmigo anoche, mucho más que de costumbre. Suponía que algo había salido mal en su reunión con Donovan. Estaba iracundo, lleno de rencor y completamente fuera de control. No sabía qué había pasado entre ellos; no tenía idea de lo que sucedía en esa familia, pero de algo sí estaba segura... Moriría pronto en manos de mi esposo. Eso es seguro. Al principio pensaba que Adrik jamás cruzaría la línea, pero después de ver aquel odio en sus ojos anoche mientras me golpeaba hasta dejarme sin conocimiento, pude darme cuenta de que solo era cuestión de tiempo hasta que un día se le fuera la mano conmigo. Y eso era lo que más deseaba. Morir y finalmente descansar. Ya estaba cansada; lo había intentado todo para escapar. Incluso traté de envenenar a Adrik una vez, pero él no comía absolutamente nada que viniera de mis manos, así que cuando le ofrecí aquel vaso de leche, de inmediato supo que algo iba mal. Me hizo beber aquel contenido y terminé internada tres días en un hospital por intento de suicidio. No hace falta decir el castigo que recibí en cuanto puse un pie dentro de la casa. No es que no quisiera salir de aquí, es que no podía librarme del demonio con el que me había unido. No había escapatoria. Nadie vendría a salvarme. Estaba sola. A merced de mi destino, esperando el momento final. El momento en el que me reuniría con mi padre... No falta mucho. Ya he perdido las esperanzas. —Entendido, señor Gavrilov. —Escuché aquella voz mucho más cerca ahora. Estaban en el primer piso—. ¿También debo limpiar las habitaciones? —¡No! —exclamó rápido y pude jurar que aquella mujer desconocida pegó un brinco por aquel arrebato. A Adrik a veces se le olvidaba el teatro que vivía día a día. Me acurruqué un poco entre las cobijas en caso de que se le ocurriera abrir la puerta, pero sabía que él jamás dejaría que otra persona viera lo que era capaz de hacer el verdadero Adrik Gavrilov—. Mi esposa no se siente bien, así que prefiero que solo se encargue de la planta baja y, en cuanto termine, se marche sin hacer mucho ruido. ¿Por qué no puedes ser realmente un esposo considerado? ¿Por qué tenías que ser un completo monstruo? —Entendido, señor. ¿Algo más? —No, eso es todo. —Respondió y yo medio suspiré, sintiendo una fuerte punzada en mi costado cuando hice un movimiento involuntario. Me sentía como la m****a. Desde el primer día que me casé—. Ahora la dejaré para que haga su trabajo. Recuerde, no haga ruido; no quiero molestar a mi amada esposa. Amada... Sí, cómo no. Amaría poder gritar y decir que en realidad era la víctima de un completo monstruo, pero sabía que era algo inútil. Así como su personal de seguridad y cocineros, todos habían firmado un contrato de confidencialidad, por lo que no podían hacer o decir nada en caso de vernos en alguna situación de violencia. Y aunque quisieran hacerlo, Adrik siempre lograba convencerlos para que guardaran silencio. No valía la pena intentar. Estaba demasiado cansada para ello. Solo esperaría pacientemente el día en el que finalmente se terminara acabando mi triste paso por el planeta Tierra. Quizás la próxima vida será mejor. Las horas pasaron y de pronto comencé a sentirme muy mal. Me dolía la cabeza y sentía que todo me daba vueltas; también sentía que mi cuerpo ardía y estaba demasiado agotada, por lo que supuse que la deshidratación estaba haciendo su trabajo. No me sorprendía; eran síntomas bastante conocidos para mí, aunque sonara feo. No era la primera vez que Adrik me dejaba encerrada y tampoco sería la última. Él amaba torturarme, dejándome sin agua ni comida por muchas horas. Cuando ya no pude soportar el calor ni las palpitaciones en mi cuerpo, me levanté con dificultad de la cama y di varios pasos hacia adelante, pero al no poder sostenerme de nada, rápidamente caí al suelo con fuerza, logrando que el suelo retumbara, seguramente llamando la atención de alguien en el piso de abajo. ¿Por qué siempre espero a que alguien venga? Nunca viene nadie. Nadie sería capaz de desobedecer la orden de un Gavrilov, mucho menos de uno tan cruel y desquiciado como Adrik. —¿Señora? —levanté la cabeza hacia la puerta con dificultad y traté de alzar mi voz para poder pedir ayuda, pero mi boca estaba seca; no podía hablar—. Escuché un ruido, ¿está bien? No pude responder, pero sí pude escuchar perfectamente cómo la manija de la puerta se movía varias veces, intentando ser abierta, pero obviamente Adrik se había llevado la llave. ¿Vale la pena intentar de nuevo? ¿Cuál sería la diferencia esta vez? —Cajón... —apenas y pude soltar aquellas palabras. Me estaba costando mucho hablar y moverme. Sentía como si me estuvieran apuñalando varias veces, además de que necesitaba con urgencia un poco de agua. —¿Disculpe? Me arrastré un poco hacia adelante, haciendo uso de la poca fuerza que me quedaba y traté de conectar algunas palabras de auxilio. —El cajón... A tu derecha... Llave... Aquella mujer no dijo nada y yo estaba demasiado cansada como para continuar hablándole a una persona que muy probablemente no me iba a ayudar en nada. Estaba segura de que Adrik se encargaría de que cerrara la boca para siempre. Él siempre lo lograba; nadie me ayudaba gracias a todo el dinero que poseía mi esposo. Y entonces la puerta se abrió de golpe, haciendo que levantara la cabeza un poco. No podía creer que hubiera sido capaz de entrar, aún sabiendo que estaba prohibido. Esta mujer debía ser nueva porque nadie en su sano juicio desobedecería a alguien como Adrik. Era una mujer baja, algo mayor, de cabello corto y rojizo, vestida con un uniforme de limpieza. En una de sus manos sostenía una escoba y en la otra un pote de limpieza. Sin embargo, al verme en el suelo, su cara cambió de sorpresa a horror y pánico en cuestión de segundos, provocando que soltara todo y corriera hacia mí, directa a ayudarme. —¡Señora! —exclamó nerviosa mientras me recostaba sobre sus piernas—. ¿Está bien? ¿Se cayó? ¿Por qué está tan...? —Agua... —la interrumpí porque, más que el dolor por los golpes, necesitaba con urgencia un poco de agua—. Por favor... —Sí, sí... Un momento. —La mujer volvió a recostarme con cuidado en el suelo y salió rápido de la habitación en busca de mi tan anhelado líquido vital. En cuanto lo tuvo, regresó y me ayudó a sentarme en el suelo. Solté un largo quejido, pero traté de soportar lo más que pude el dolor—. Beba poco a poco, señora. —Gracias. —Agradecí con los ojos cerrados y, con cuidado, bebí el agua que me había traído, hasta no dejar ni una sola gota. Estaba sedienta e incluso hambrienta, pero al menos había tenido la oportunidad de beber un poco de agua. Gracias a esa mujer. —¿Está bien? —preguntó y yo medio asentí porque no sabía qué más decir. ¿Qué podría decir?—. Señora, no es mi intención meterme donde no me llaman, pero... ¿por qué está tan lastimada? —Me encogí ante su pregunta y pude escuchar cómo aquella mujer tragó saliva—. ¿Tuvo algún accidente automovilístico? Una vez más... ¿Debería mentir o decir la verdad? Estaba segura de que, aunque se lo dijera todo, seguiría igual, pero... ¿por qué siento la necesidad de pedirle ayuda precisamente a ella? ¿Entré en alguna fase de desesperación total? —No. —Decidí confiar en mi instinto y respondí en voz baja. Si llegaba a equivocarme y ella se lo contaba a Adrik, él se pondría furioso y me golpearía aún más fuerte que anoche, pero... Si me quedaba sin hacer nada, moriría aquí, a manos del hombre que se suponía debía amarme hasta el último día de mi vida. No tenía otro camino. —¿No? —volví a negar; esta vez, una lágrima solitaria corrió por mi mejilla y eso fue todo lo que necesitó la señora de limpieza para saber lo que me pasaba. No era tonta; tenía más experiencia en la vida que yo—. ¿Fue su esposo? ¿Su esposo la tiene aquí encerrada? ¿Arriesgarme una vez más? ¿Vale la pena? —Sí... —respondí con un poco más de fuerza en mi voz, pero tan llena de miedo que el inicio—. Él me hizo esto. —Pero... ¿por qué no ha hecho nada al respecto? ¿Cómo deja que alguien pueda...? —¿Acaso sabe quién es mi esposo? —respondí con la voz igual de baja y haciendo gestos de dolor. Necesitaba ir a un hospital; este dolor no era normal—. Las veces que lo he intentado solo ha empeorado las cosas... Mi marido puede comprar a quien sea, hasta a usted... Y yo siempre termino siendo tachada como una loca a la que él tiene mucha lástima de dejar sola. Estoy atrapada en este infierno. Y nunca seré capaz de salir de aquí. Nunca. No sabía qué diablos había hecho tan mal como para merecerme esto, pero... estaba siendo duramente castigada. Esto no se lo deseaba ni a mi peor enemigo. —Entiendo... —respondió, alejándose de mí de golpe y yo suspiré resignada porque sabía que esa mujer no iba a arriesgar cualquier tipo de recompensa que le ofreciera mi esposo solo por ayudarme—. ¿Conoce todas las zonas de esta casa? —¿Qué? ¿A qué se refiere? —Necesito que me diga si conoce cómo salir sin levantar tantas sospechas, señora. Abrí los ojos, sorprendida por todo lo que estaba escuchando. Esto no puede ser cierto. ¿Estoy soñando? Tiene que ser un sueño. —Yo... No se puede. Los guardias... —Cuando entré, solo había dos guardias cuidando la entrada; no hay nadie más. —¿Es eso cierto? No, tiene que ser una trampa. Adrik estaba jugando conmigo. Él ama hacer eso, quiere torturarme—. ¡Señora! Necesito que piense rápido... ¿Quiere salir de aquí? Sí, más que cualquier otra cosa. —¿Es posible? —Siempre podemos intentarlo. Esto es demasiado bueno para ser verdad. —¿Por qué me está ayudando? —pregunté porque nada de esto tenía sentido—. No me conoce y está perdiendo la oportunidad de tener una buena cantidad de dinero. Adrik podría darle todo lo que quisiera. Sus problemas desaparecerían. —No necesito conocerla para ayudar a una mujer que está viviendo lo que yo viví hace muchos años. —Me quedé helada en cuanto escuché aquello y me di cuenta de cómo los ojos de la mujer se nublaron un poco—. No voy a permitir que le entregues tu vida a un cobarde que no merece ni un solo cabello tuyo. No eres de su propiedad. Te perteneces a ti misma y por eso voy a ayudarte a salir de aquí... a comenzar una nueva vida lejos de ese imbécil. Una nueva vida. ¿Acaso eso es posible?