—Estaré afuera —me dijo Donovan con voz grave. Le había pedido que me dejara a solas con mi madre y con Cole, y eso no le había agradado nada—. Si algo pasa… me avisas.
Sonreí con tranquilidad cuando me rozó la mano con sus dedos antes de apartarse.
Asentí ante su pedido y me mantuve de pie mientras lo observaba alejarse. No necesitábamos más palabras. Él sabía leerme a la perfección.
Y sabía que necesitaba esto con urgencia.
Lo había hablado con la terapeuta en mi última sesión, pero no había tenido oportunidad. Ahora sí podía, y no dejaría que el miedo me controlara.
No más.
La puerta del despacho de Donovan se abrió una vez más y pude verlos a la perfección. Mi madre, con ese perfume dulce que siempre había llevado… y que ahora me resultaba insoportable, vestía ropa cara y elegante, fingiendo ser alguien que desde hace mucho tiempo no era; y Cole, mi hermano mayor, con una sonrisa tan amplia que parecía no caberle en la cara.
No se parecían en nada a las personas que fueron a amena