La copa de vino tembló entre mis dedos.
El aire viciado que llenaba ese maldito salón me estaba destrozando la mente. No sabía qué diablos pasaría ahora, ni qué esperar. La celebración espontánea que habían organizado los Gavrilov había comenzado con una cortesía forzada por parte de todos los integrantes, como si estuviéramos actuando en una obra de teatro escrita por un autor morbosamente retorcido.
Y, como en toda obra, no podía faltar el villano.
Adrik seguía sonriéndome con esa malicia que tan bien conocía, luego miraba a cada uno de los invitados que nos rodeaban. Sin embargo, a quien más miraba era a su hermano mayor, Donovan. Lo desafiaba con la mirada, diciéndole sin siquiera hablar que tratara de detenerlo.
El problema era que Donovan jamás imaginaría el secreto tan grande que tenía Adrik entre sus manos. Probablemente acabaría con él con un par de palabras.
Por favor, no le digas nada, Adrik. No puedes ser tan cruel.
Sin embargo, mi exesposo continuaba hablando con sarcasmo