LEONARDO
Cuando solté aquello de “para mí fue un simple beso”, sentí cómo la garganta se me cerraba, como si las palabras me arañaran por dentro al salir. Ese beso… estuvo demasiado bien, pero también, es demasiado peligroso.
Nunca había querido besar a nadie tanto como quise besarla a ella. Nunca. Y aun así tuve que fingir indiferencia ante ella, como si no hubiera sentido el calor de sus labios, ni el temblor que me recorrió la espalda, ni ese maldito impulso de volver a hacerlo.
Tiene que ser solo eso: algo físico. Algo sexual. Nada más.
Estoy tan metido en mis propios pensamientos que ni siquiera noto a Carlisle hasta que un carraspeo exagerado corta mis ideas de golpe.
—¿En qué estás pensando tanto muchacho que no te centras?
—En nada…—respondo demasiado rápido.
Carlisle me observa durante un par de segundos, como si intentara descifrarme. Una media sonrisa se le forma en los labios, esa que usa cuando cree saber más de lo que dice. Yo la ignoro por completo.
—Lo que dijiste de