Leonardo
Esta noche no he pegado ojo. No por el beso en sí, no solo por la sensación de su boca contra la mía…—que también— sino por todo lo que implica. Porque mientras intentaba sacármela de la cabeza, me golpeaba una y otra vez la misma idea: ese beso no debería haber pasado. Ella y yo venimos de mundos distintos, mundos que no tendrían que mezclarse jamás (así piensan mucho y ese es el problema)… y aun así, no puedo dejar de pensar en ella.
Y justo cuando intento dejar de pensar en ella, esa mujer loba se presenta ante mí con una minifalda que me quita el sentido.
Cuando por fin dejo de mirarla—después de muchos intentos—, en lo único en lo que puedo pensar es en que todos los hombres en el bar van a ver esas preciosas piernas y van a pensar en hacerle lo mismo que quiero hacerle yo, y eso me enfada.
Ni siquiera me fijo en lo que lleva Bel, pero esta ni corta ni perezosa dice:
—Hola, Leonardo.—dice Bel, Gema me saluda con la cabeza y yo hago un esfuerzo muy grande por no recorrer