GEMA
El sol se filtra por las cortinas y lo primero que siento es mi entrepierna mojada e hinchada.
En un milésima de segundo me incorporo, aparto las sábanas y me observo a mi misma y entonces recuerdo todo.
Leonardo…
Leonardo…
Leonardo…
—Diosa Luna…abre un agujero en esta habitación y trágame pero no me devuelvas nunca, por favor.
El recuerdo de Leonardo susurrándome al oído se forma en mi mente. Él, tan tranquilo, mientras yo ardía como si me hubiera tragado el mismísimo fuego del infierno.
Pataleo como si fuera una niña, me tiro de los pelos y me dejo caer de lado sobre el colchón.
Después de torturarme un rato más por haberme bebido ese maldito afrodisíaco y terminar en brazos del mago más déspota de la Orden, me obligo a levantarme. Me doy una ducha rápida porque, si no me apresuro, voy a perderme el desayuno… y eso, definitivamente, no puede pasar.
En el camino me hago una trenza lo mejor que mi habilidad me lo permite y, cuando llego a la puerta del comedor, distingo a Bel sen