Leonardo
Agradezco que los pantalones del uniforme de cazador no sean ajustados porque en cuanto ví a esa mujer retorciéndose de deseo, mi entrepierna se endureció dolorosamente. Incluso ahora, mientras su respiración roza mi cuello, me invade el deseo visceral de hundirme en ella…
Pero ella no quiere eso. Y aunque desee lo mismo que yo, no debo involucrarme con alguien como ella.
Por eso, aunque esté al límite, debo comportarme como su supervisor y cumplir con mi deber sin involucrarme más de lo debido.
—Gema… —la llamo, para que me preste atención ya que su cara está perdida en mi cuello—. Quítate los pantalones…
Mientras ella se mueve, me recoloco en la pequeña cama y abro las piernas lo suficiente para que pueda situarse entre ellas. La miro fijamente y, con la mano, le hago un gesto para que se acerque… pero al notar su duda, lo verbalizo:
—Ponte aquí —le digo—. Así tendrás acceso a mi cuello mientras trabajo en ti. ¿De acuerdo?
Ella traga saliva y el rubor en sus