Gema
Después de la ducha, ya vestida con ropa sencilla, me estoy secando el cabello con el secador cuando un leve movimiento en el pasillo capta mi atención, apenas perceptible, pero inconfundible para mis sentidos de mujer loba. Aspiro profundamente y de inmediato lo reconozco: es Leonardo. Abro la puerta con cuidado y lo veo apoyado contra la pared, justo al lado del marco.
Su postura no es rígida como de costumbre sino todo lo contrario: los hombros caídos; parece agotado aunque intenta disimularlo.
Claramente algo anda mal.
—Señor…¿Qué hace aquí?— digo un poco sorprendida.
Mi loba se remueve en mi interior, parece preocupada. ¡Pero si nunca se preocupa por nadie!
—Cállate… —gruñe mirando hacia los lados nervioso.
Frunzo el ceño, bastante molesta por su actitud.
Aunque lo intenta ocultar, cada gesto revela su sufrimiento: el sudor que brilla en su frente, los músculos tensos que se dibujan bajo la piel, y la ligera inclinación al caminar que traiciona el dolor que carga.
Camina h