—Esto es una mala idea, voy a cancelar —dijo Matthew por cuarta vez en menos de quince minutos y se apresuró por su celular, pero Mahika logró agarrarlo antes.
—No es una mala idea, señor Lambert. Todo saldrá bien, ¿recuerda que ya lo hablamos?
Matthew respiró hondo y negó, luego asintió. Su frente comenzaba a pelarse de sudor como si estuviera a la mitad de una extenuante rutina de pesas en el gimnasio.
—Te mentí, Mahika, no sé meditar… eso de desconectar de todo, no pensar en nada y concentrarme en no sé qué, no es lo mío —confesó el jefe de forma atropellada—. Creo que me va a dar una taquicardia, Mahika, eso sé.
Mahika rió por lo bajo, encendió el ventilador de techo en la cocina y le sirvió un vaso de agua a su jefe que verdaderamente parecía a punto de desmayarse por los nervios.
—Me parece inaudito que un hombre de negocios como usted se encuentre así de nervioso por una cena con la familia y amigos.
—Mahika, es que es Renaud, no es familia, es Renaud.
La mujer negó sin borrar