LARS
—¿Llevarte a verlo? ¿Estás loco? Para empezar, ni siquiera ha salido de cirugía, Lars, y tú también estás mal.
—Pero quiero ir a verlo —protesté con firmeza y lo miré a los ojos—. No estoy ni de cerca tan mal como él, Soren, y necesito estar ahí. Él me salvó, le debo mi vida.
Y se la debía por partida doble, porque no solo me salvó el culo esta vez, sino unas semanas antes, cuando se encargó de los primeros secuestradores con sus escoltas.
Tenía una deuda muy grande con ese hombre. ¿Cómo demonios se lo pagaría?
Soren me miró con dudas por unos segundos, pero al final cedió, resopló y asintió con la cabeza.
Unos cinco minutos después, Soren arrastraba una silla de ruedas con porta suero, del que colgaba la bolsa de medicina que entraba a mi cuerpo a través de una vena en mi antebrazo.
—Está en el piso de abajo, así que iremos al ascensor —anunció con calma.
—¿Mamá y papá ya se fueron? Vaya… —Solté un suspiro cansado.
—Ya sabes cómo son.
—Por eso te amo. —Alcé la cara y lo miré des