Flavia narrando
La luz suave de la mañana comenzó a filtrarse por las rendijas de la cortina, y fue eso lo que me despertó. Abrí los ojos despacio, aún envuelta en el calor del sueño, y me tomó algunos segundos entender dónde estaba. Fue entonces cuando lo percibí: estaba recostada sobre el pecho de Rafael.
Mi corazón dio un salto. La vergüenza me invadió tan rápido que mi rostro se encendió de inmediato. Quería encogerme, desaparecer, cualquier cosa. Estábamos en el pequeño sofá rosa del cuarto de las niñas. Claro… habíamos terminado durmiendo allí, exhaustos, después de tanta preocupación con Bia. Pero jamás imaginé que él… me acogería así. Que me atraería hacia él de ese modo, para que yo durmiera mejor. Sobre él. Literalmente.
Intenté moverme con el mayor cuidado, sin despertarlo. Sentía su respiración tranquila, el compás de su corazón bajo mi mejilla. Me daba una paz absurda, y por un instante pensé en quedarme allí un poco más. Pero la vergüenza era más fuerte.
Con mucho cu