Rafael narrando
Horas. Horas agotando cada callejón, cada almacén abandonado, cada pista falsa que esa basura de Deividson plantó como migajas envenenadas. Mis princesas estaban con él, y yo había fallado.
Al volver a la mansión, la furia era un animal vivo royendo mis entrañas. Solo las manos frías de Flávia en mi cuello impedían que yo explotara el mundo allí mismo.
—Señor, cubrimos el perímetro sur del río...
—Las cámaras del puente no mostraron...
—El APB federal aún no...
Los informes de mis hombres y de la policía eran mezquinos, molestos, zumbando en mis oídos. Apenas los escuchaba. Mis ojos solo veían a ellas. Y cada escenario que mi mente creaba era peor que el anterior:
“Mel, asustada, pero intentando mantener la postura para que Bia no llore. Bia, en cambio, la más dulce, con la muñeca frágil, donde él podría haberle atado algo...”
“Él inyectándoles algo en un sótano húmedo...”
“Las niñas gritando mi nombre en vano...”
“El sonido de huesos rompiéndose bajo las botas de ese