Laura ha intentado ver a Martín como un hermano, pero él la ama con una desesperación peligrosa. Dispuesto a todo para separarla del hombre que ella ama, Martín arrastra a Laura a un juego de poder y deseo. Cuando Laura se enfrenta a su control, descubre que la atracción entre ellos es innegable, pero también destructiva. En un tira y afloja emocional, Laura deberá decidir si cede a la obsesión de Martín o lucha por su libertad, mientras ambos se ven atrapados en una peligrosa red de pasiones y secretos.
Ler maisLAURA
Para mi cumpleaños número 19, papá organizó una cena en un lujoso restaurante del centro. Decidí invitar a Bryan y a su familia, sin mencionar nada a Martín, pensando que sería una sorpresa agradable. Mientras todos se preparaban para salir y acomodarse en los autos, subí a mi habitación para buscar mi bolso. No tenía idea de que, al bajar, me encontraría completamente sola con Martín en la sala.
—Vendrás conmigo. Tu novio ya está en el auto —dijo Martín, su sonrisa apenas visible, pero con una calma que me hizo sentir incómoda.
—Perfecto —respondí, tratando de ocultar la molestia que su presencia siempre me provocaba. Me adelanté hacia la puerta, pero antes de dar un paso, sentí su mano aferrándose a mi brazo con una fuerza inesperada.
—¡Mientras vivas bajo este techo, él no pondrá un pie dentro! ¿Me oíste, Laura? —su voz, dura y autoritaria, me paralizó por un momento. No podía creer lo que escuchaba.
—¡Suéltame, imbécil! —grité, apartándome de su agarre con fuerza—. ¿Quién te crees que eres para mandarme? ¡No eres nadie! Haré lo que se me dé la gana, y si Bryan quiere pasar la noche conmigo, no vas a impedirlo.
—¡Claro que lo impediré! —respondió, empujándome contra la pared con un impulso tan violento que casi me hizo perder el equilibrio.
—¿Por qué? —mi voz salió rota, llena de rabia y confusión, mientras lo miraba, desafiante, a los ojos.
—¡Porque te amo, m*****a sea! —gritó, y sus palabras me dejaron completamente paralizada—. Te amo con una desesperación que jamás creí posible. Me vuelves loco, ¿acaso no te has dado cuenta?
Un silencio pesado se instaló entre nosotros. Mi mente quedó en blanco, como si un puñal me hubiera atravesado, dejándome sin aire, sin palabras. Sus ojos, tan intensos, me atravesaban como si pudieran leer todos mis secretos. El mundo se desvaneció por un segundo eterno. Aunque había soltado mi brazo, mis pies parecían pegados al suelo, como si no pudiera moverme. Sentí sus ojos fijos en mí, tan ardientes que me quemaban, como si estuviera ardiendo en el infierno.
Entonces, dio un paso hacia mí, y mi cuerpo reaccionó instintivamente. Retrocedí, pero fue inútil. No podía escapar de su presencia.
Mi espalda chocó contra la pared, y él aprovechó para acorralarme. Lo miré aterrada mientras una sensación indescriptible se apoderaba de mi cuerpo: una mezcla de miedo y vulnerabilidad que me paralizaba.
—Te amo —confesó, con su voz quebrada por la intensidad de sus emociones—. Te amo, desde hace cuatro años he luchado contra esto, contra estos sentimientos, pero no puedo. Es imposible no amarte más con cada día que pasa.
Su declaración me dejó sin aliento.
—Estás enfermo —dije, con un hilo de voz que apenas ocultaba mi pánico—. No puedes amarme.
—En el corazón no se manda, Laura —replicó con un tono cargado de desesperación—. He intentado destruir este sentimiento, aplastarlo, arrancarlo, pero no puedo. Cada día crece más, se hace más grande, más incontrolable. ¿Por qué no puedes entenderlo?
Su voz se elevó en un grito entre dientes, y con un movimiento rápido colocó sus manos contra la pared, atrapándome entre su cuerpo y la fría superficie. Su proximidad me sofocaba. El calor que irradiaba me quemaba como si estuviera envuelta en llamas.
—Nunca pasará nada entre nosotros —logré responder, bajando la mirada, incapaz de enfrentar la dulzura ardiente de sus ojos que intentaban devorarme.
—Lo sé —dijo, con una amargura que retumbó en el espacio—. No tienes que repetirlo.
Golpeó la pared con un manotazo, el ruido seco resonando como un eco de su frustración.
Se acercó más, pegando su cuerpo al mío. Su respiración golpeaba mi rostro, su perfume inundaba mis fosas nasales, y mi miedo se hizo insoportable. Mi cuerpo comenzó a temblar, y mi respiración se volvió errática. Intenté girar la cara, desesperada por escapar de esa cercanía asfixiante. Entonces, lo sentí.
Su erección rozó mi vestido, enviando un escalofrío de pánico por todo mi ser. Giré el rostro con fuerza, buscando una salida, cualquier cosa que me liberara de esa situación.
Y entonces lo oí: “Se hace tarde, Laura.” Era Bryan. Su voz, fuerte y segura, se acercaba desde la entrada. En ese momento, Martín se apartó de mí, su expresión era una mezcla de furia y resignación.
Aproveché la oportunidad para escapar. Caminé con pasos rápidos hacia la puerta y la abrí, sintiendo el aire fresco como un alivio que llenaba mis pulmones. A pocos metros estaba Bryan, esperándome con su cálida sonrisa.
—¡Bryan! —grité, corriendo hacia sus brazos.
Me envolvió con su calor, girándome con entusiasmo. Su abrazo debería haberme reconfortado, pero la angustia seguía aferrada a mi pecho como un peso imposible de ignorar.
—¿Estás bien? Te veo pálida —dijo, preocupado, apartando los cabellos que cubrían mi rostro.
—No es nada, amor —mentí, estampando un beso en sus labios para disimular mi temblor—. Solo vi una rata horrible salir de mi habitación y me espanté.
—¡Ay, cariño! —respondió con dulzura, acomodándome el cabello mientras reía suavemente—. Todo estará bien. Yo mismo me encargaré de ese animal cuando pueda entrar a tu recámara —susurró, intentando tranquilizarme.
Sonreí débilmente, pero por dentro, mi mente seguía reviviendo lo ocurrido. Las palabras de Martín, su mirada desesperada, su proximidad invasiva... Todo estaba grabado en mi memoria, y sabía que, aunque estuviera en los brazos de Bryan, no sería tan fácil borrar ese instante de mi vida.
Instantes después, Martín pasa por nuestro lado, adelantándose con pasos firmes.
—¡Ya es tarde, tortolitos! ¡Vámonos! —grita mientras abre la puerta del auto, su tono cargado de impaciencia.
Bryan suspira y murmura en mi oído:
—Sigo sin agradarle a tu Martín.
—Debe valerte m****a lo que él piense —respondo, encogiéndome de hombros.
—Y parece que a ti tampoco te agrada del todo.
—Tenemos nuestras diferencias, por obvias razones —contesto mientras camino hacia el vehículo.
—Me las contarás algún día.
—Tal vez —digo, dejando escapar un pequeño suspiro antes de mirarlo y regalarle una sonrisa que oculta más de lo que revela.
MARTINEl tiempo no cura todas las heridas, pero nos da la oportunidad de aprender a vivir con ellas. Habían pasado meses desde aquel día en la corte. La sentencia que recibí fue justa, pero lo más importante es que me dio la posibilidad de salir con la cabeza en alto. Sabía que había cometido errores, que había actuado con imprudencia y había puesto en peligro a las personas que amaba, pero también sabía que, al final, todo valía la pena por ellos.El día de mi liberación llegó mucho más rápido de lo que imaginé. Me despedí de aquellos que, en el reclusorio, se habían convertido en una especie de familia temporal. No todos tenían la suerte que yo tenía de tener alguien esperando al otro lado de los barrotes.Al salir, lo primero que vi fue a Laura. Se veía hermosa, con su cabello recogido y una sonrisa nerviosa en los labios. Pero lo que realmente me dejó sin aire fue Gabriel en sus brazos. Mi hijo. Tan pequeño y frágil, pero tan fuerte a la vez. Casi no podía creer que, después de ta
MARTINLos días pasaron rápido. Gracias a Montenegro, pude mantener la cordura y controlar la ansiedad. Él me mantenía informado sobre el avance del caso, la recuperación de Laura y la evolución de nuestro bebé.Lo mejor de estos meses fue verla, aunque fuera a través de un video. Ver a Laura. Ver a nuestro hijo.Sus ojos estaban cansados, pero llenos de vida. Sonreía con dulzura mientras sostenía una pequeña manta blanca en sus brazos.—Aquí está nuestro pequeño guerrero —susurró en el video—. Lucha cada día… igual que tú.Mi visión se nubló por las lágrimas. Aún tan pequeño, luchando con cada latido. Su fragilidad me desgarraba el alma, pero también me daba fuerzas. Si él estaba peleando, yo también lo haría.Montenegro vino a verme antes de la sentencia. La sala de visitas era fría y lúgubre, pero su presencia imponía respeto. Se sentó frente a mí, con una carpeta en la mano.—No es el peor escenario, Martín. Podría haber sido mucho peor.—¿Qué me espera? —pregunté sin rodeos.Mont
LauraDesperté de una pesadilla.El aire se sentía pesado, el olor a desinfectante me mareaba. Parpadeé, la luz me cegó por un momento.Lo primero que hice fue tocar mi vientre.—Mi bebé… —susurré con un hilo de voz, con el miedo oprimiéndome el pecho.Había cables conectados a mí, el frío del suero en mi brazo, el pitido constante de una máquina a mi lado.Entonces lo ví. Papá estaba ahí, sentado junto a mi cama. Su rostro estaba marcado por la preocupación, por el cansancio de demasiadas noches en vela. Cuando notó que desperté, se acercó de inmediato y tomó mi mano con cuidado.—Mi bebé… ¿Dónde está mi bebé? ¡Papá! Mi bebé…El pánico me golpeó de golpe, y las lágrimas brotaron sin control. Me incorporé como pude, pero él me sostuvo, acariciando mi cabello con suavidad. Su mirada estaba llena de tristeza, y eso me aterraba aún más.—¡Papá! ¿Dónde está mi bebé?—Por favor, tranquila, hija. No llores… te hará daño.—¡Quiero verlo!Papá respiró hondo, como si cada palabra fuera un puña
MARTINLos días pasaron en una neblina de dolor y desesperación. La habitación del hospital se sentía como una prisión, no solo por las esposas que me mantenían atado a la cama, sino por la culpa que se aferraba a mi pecho como un peso imposible de levantar.Entonces, mi madre vino.Su rostro estaba cansado, con esas ojeras que delataban noches enteras sin dormir. Se sentó a mi lado y tomó mi mano entre las suyas. Eran cálidas, temblorosas.—Hijo… —su voz se quebró—. Te amo. Y deseo con todo mi corazón que todo esto hubiera sido diferente.Bajé la mirada.—No puedes hacer nada, ¿verdad? —murmuré.Ella suspiró, con sus ojos llenos de tristeza.—He intentado todo… pero Rodrigo… él…—Convéncelo —le interrumpí, con urgencia—. Convéncelo de mi inocencia. Tú sabes que yo no quise que esto pasara.—Lo sé, hijo —susurró, acariciando mi mejilla—. Pero a veces, saberlo no es suficiente.Apreté los puños.—Quizás cometí errores. Hice las cosas mal. Traté de mejorar… Pero Laura quería estar conmi
MARTINMe trajeron al hospital, pero estoy detenido, atado a la camilla como un delincuente. El dolor es insoportable. Siento punzadas ardientes en el costado, un latido sordo en la cabeza, y cada respiración me quema los pulmones. Dicen los médicos que estoy muy malherido, pero quizá es la rabia y el dolor por no estar con Laura lo que me mantiene fuerte.O al menos, lo hacía.Porque me sedaron.Y cuando despierto, lo primero que veo es el techo blanco, demasiado brillante, demasiado estéril. Intento moverme, pero el frío del metal me detiene.Estoy esposado a la cama.La realidad me golpea como un puño en el estómago.¿Dónde está Laura?Giro la cabeza con esfuerzo, con la esperanza absurda de verla en algún lugar de esta maldita habitación. Pero no.En su lugar, hay un hombre con traje de pie junto a la puerta, mirándome con los brazos cruzados. Alto, delgado, con ojos afilados que escudriñan cada uno de mis movimientos.—¿Quién eres?—Soy el agente Kabil, encargado del caso.Su exp
MARTINTal como lo dijo la curandera, al amanecer llegó a revisar a Laura. Su expresión se tornó seria mientras la observaba.—Es posible que tenga una intoxicación alimentaria… o una infección. Necesita ver a un médico lo antes posible, o el bebé podría estar en peligro.Sus palabras me pusieron en alerta de inmediato. Sin perder más tiempo, tomé el viejo auto que había conseguido y subí a Laura al asiento delantero. La anciana me dio su bendición antes de irnos.—No tengas miedo, muchacho. Nada malo va a suceder.Pero yo no estaba tan seguro. Mi mayor temor era que Bryan y Rodrigo aparecieran.Y entonces, mientras hablaba con la anciana, escuché su voz.—¡Martin! —era Rodrigo.El pánico me recorrió el cuerpo. Lo único que pensé fue en Montenegro… Me había traicionado. Sabía que Laura estaba mal y le había dicho dónde encontrarnos. Pero no podía perder el tiempo con eso ahora.Laura estaba casi dormida por la fiebre. Subí al auto y salí huyendo. Mientras Rodrigo regresaba para subir
Último capítulo