La Gran Sabana, Venezuela — 19:28 p.m., mismo día
El helicóptero Black Hawk bajó como un cuervo negro sobre la meseta de tepuyes. El viento caliente de la sabana nos azotó la cara cuando saltamos al suelo rojo, polvo levantándose en nubes que sabían a hierro y a hierba quemada. Ocho hombres nuestros formaron perímetro, HK416 al hombro, visores nocturnos ya puestos aunque el sol todavía colgaba bajo, sangrando naranja sobre las cascadas del Auyantepui.
Máximo revisó el cargador de su fusil, me miró.
"¿Listo, hermano?"
"Desde que me desperté esta mañana, cabrón".
Avanzamos por el sendero de tierra roja que subía hacia la finca encaramada en la ladera. Era una casa grande, de esas que construyen los narcos cuando se creen intocables: muros de concreto pintados de blanco, piscina infinita con vista al salto Ángel lejano, antenas satelitales y dos torretas con ametralladoras PKM.
El primer guardia cayó sin ruido: uno de nuestros francotiradores desde 600 metros. El segundo ni s