Al sentarse, notó que la especialidad era la comida a la parrilla.
Había de todo: brochetas de cordero, costillas, mariscos. Un menú bien armado.
Clarissa no era de las que comen por ansiedad, pero esa noche estaba que no podía más. Así que pidió sin pensar demasiado: varias brochetas de cordero, unas con chile bien bravo, papas asadas... parecía que había pedido dos de cada cosa.
También tenían tacos. Se animó. Y enseguida trajeron una fila de tacos crujientes, las pusieron sobre la mesa, y la carne recién cocinada, roja y caliente, empezó a burbujear con ese olor que picaba solo con olerlo.
—Una cerveza, por favor —llamó Clarissa, levantando la mano cuando pasó un mesero joven.
Giovanni no dijo nada, pero delató su incomodidad. Agarró los vasos, los cubiertos, y los enjuagó varias veces con agua caliente.
Ni siquiera había terminado de secar uno cuando Clarissa ya lo tenía en la mano. Lo llenó hasta el tope y, con la excusa de que las brochetas estaban muy picantes, empezó a beber co