Giovanni lo miró, serio, y dijo sin dudar:—Ella cocina, yo lavo los platos. Es lo de toda la vida.
Maxence tosió bajito, intentando zafarse de la orden:
—¿Y si... esperamos a que vuelva esta noche para lavarlos?
Ya estaba todo organizado, ¿no? Un pequeño descanso no le haría daño a nadie.
Él también tenía sus reglas.
Giovanni le echó una mirada que lo dejó tieso, y Maxence, con una sonrisita fingida, agarró las llaves y subió resignado.
Ya sabía que hoy tendría que haberle pasado el turno a Salvatore.
Ese maldito también odia lavar platos.
Y encima, ¡ni siquiera probó la comida!
Mientras subía, Maxence se maldecía en silencio, y al ver los poquitos platos en el fregadero soltó un suspiro de pereza.
¿Es en serio? ¿Estos platos merecían tanto escándalo?
Hoy mismo pensaba desquitarse con Salvatore en la oficina.
Giovanni se estaba pasando con él.
Mientras tanto, Clarissa llegaba a la casa de los Santoro, y antes de que pudiera saludar, la abuela ya venía hacia ella con una sonrisa enorme,