KOSTAS.
El efecto es inmediato. Nick se congela. No parpadea una sola vez. Su rostro, normalmente el de un jugador de póker inmutable, se vuelve una máscara de incredulidad y horror. Su vaso de whisky, a medio camino de sus labios, se detiene abruptamente.
—Kostas… —su voz es un hilo, apenas audible, pero con un filo de alarma que nunca le había escuchado—. Estás hablando de la Sacra Corona Unita. La mafia de Apulia.
—Escucha con atencion —lo corto, mi urgencia creciendo—como todos aquí, sabes la historia, Herodes perdió a su familia años atrás, ¿verdad? Su esposa e hija. El investigador que contrató Herodes estaba rastreando a Carmela Rossi, la madre.
Nick apoya el vaso en la mesa con un ruido sordo, sus ojos clavados en mí. No puede ser la hija de Herodes. La que creíamos muerta. La que desapareció junto a la esposa del capo hace veinte años.
—Maldita sea, Kostas —dice, su tono ahora grave.
Me levanto, la adrenalina quemándome la sangre.
—Sinceramente, no sé qué hacer con esa inform