KOSTAS.
El nudo en mi estómago se tensa. Lo miro, apenas capaz de creer lo que acabo de escuchar.
—Perdóneme —mi voz es un susurro ronco—. ¿Podría, por favor, repetir ese nombre que acaba de mencionar?
El joven investigador asiente, sin darle importancia a mi tono desesperado. Lo confirma con la tranquilidad de quien solo recita una ficha.
—Sí, claro. El nombre es Carmela Rossi.
Me quedo helado en mi asiento. Es como si un chorro de agua helada me recorriera la espalda. Siento que el corazón se me detiene un segundo, y la respiración me falla. No puede ser. Dos veces, el mismo nombre. Es imposible.
Herodes interrumpe de inmediato, con el ceño fruncido.
—Kostas, ¿te pasa algo? Te has puesto muy pálido.
Parpadeo, forzándome a salir del shock. Intento recomponerme, estirando la mandíbula.
—¿Qué? No, no, nada. Estoy bien.
—¿Entonces por qué te pusiste así? —insiste, mirándome con desconfianza.
—Es… es imaginación tuya, Herodes —miento. La sonrisa que le ofrezco es una mueca forzada y vací