MELISA
Estoy de pie frente al armario, con al menos cuatro vestidos colgando de la puerta. Me debato entre el negro, seguro y peligroso, o el rojo, que grita demasiado. No es solo una cena, es una estrategia. Quiero impresionarlo, quiero desarmarlo. Quiero que el "monstruo" que prometió esperarme no pueda quitarme los ojos de encima.
Tal vez quiero meterme tan dentro de su mente que no pueda dejar de pensar en mí ni por un segundo, ni siquiera cuando esté planeando su guerra contra quien sea que tenga en mente.
¿Por qué quiero esto?
Me hago la pregunta mientras acaricio la tela. La respuesta llega simple y fría: porque yo no puedo dejar de pensar en él. En su calor en la bañera, en la promesa de sus ojos. Quiero que sienta la misma condena.
Cierro los ojos y tomo la decisión. Necesito algo elegante, atrevido y sensual, algo que hable de control y deseo a la vez. Saco el vestido rosa. Es de seda, tiene un corte que lo hace casi obsceno, pero es pura clase. Es el tono perfecto para esta