Se dirigió al aparador, se sentó a medias en el extremo vecino a la puerta lateral y me indicó que me acercara, haciendo que me parara entre sus piernas.

Siguiendo el consejo de la depiladora, me había puesto un sencillo vestido de verano que me llegaba por encima de la rodilla. No pude evitar cerrar los ojos y tensarme cuando apoyó una mano en el costado de mi muslo y la movió hacia arriba por debajo de mi falda. Él ignoró mi reacción instintiva, y su pulgar se deslizó arriba y abajo por encima de mi ropa interior.

—¿Depilación total? —inquirió en voz baja.

Me obligué a abrir los ojos y asentí levemente. Entonces me hizo volverme a medias y me guió a apoyarme en una de sus piernas. Uno de sus brazos ciñó mi cintura, como para cerciorarse que no intentaría apartarme, su mano sujetando mi antebrazo sin ejercer presi&oacu