Capitulo 2

Por la mañana, extrañamente mi esposo salió de casa más temprano de lo usual. Tan temprano que su desayuno se quedó en la mesa enfriando el calor que recibió en la estufa y dando paso libre a las moscas para que se dieran un festín.

Y la verdad. ¿Quien era yo para negarles que se dieran un festín?

Por mi, que hasta dejen sus heces ahí y mi esposo muera de alguna infección grave. Más que una desgracia como muchos pensarían, sería una total bendición de la que no deseo perderme.

—¿Desea comprar pan, señorita Idalia? —El panadero trato de llamar mi atención. Al parecer ya logro terminar de atender a la mujer que tenía al frente de la fila. Mujer que solo se quejaba de que si el pan era muy blanco o muy moreno, que el precio era algo desproporcionado para un simple pan y que le buscará uno que sea suave, ya que su dentadura es tan delicada que la puede lastimar.

Ridícula.

—Si. Quisiera 300 gramos de pan de flauta, por favor. —Hice mi pedido sin pensarlo mucho. Después de todo, este pan no sería para mí. Sería para mi esposo.

Yo no lograría darme el lujo de comprarme un pan que me guste a mi. Por mucho que sea tan barato como los trapos viejos que venden en el mercado.

O bueno... Quizás si.

—¿Algo más?

—Un pan de chocolate, por favor. —Realice mi pedido con una sonrisa plasmada en mi rostro. Puede ser que me permita darme este lujo si compro un poco más de verduras y disminuía un poco la carne. Después de todo, mi esposo no se daría de cuenta de que su platillo abundaba más gracias a las hortalizas y no a las proteínas.

En serio, a veces me sorprende un poco mi ingenio.

—Aqui tiene su pedido. —El panadero me extendió una bolsa de pan de flauta y en conjunto un pan de chocolate en una servilleta, tome ambos y agradecí al amable hombre. Y observando el tan delicioso manjar que era el pan de chocolate, comencé a comer con todo el gusto del mundo mientras caminaba por las calles de mi pequeño pueblo después de pagar el costo de todo lo que lleve.

El camino por mi pueblo fue tranquilo, logre terminar de comprar todo y hasta parar a hablar con algunas señoras sobre el desfavorable clima que nos otorgó el día. Como el cielo y sus nubes grises presagiaban algunas tormentas donde hasta la más loca de esas señoras, dio por aviso que si te sucedía algo esa noche y tratabas de gritar, nadie escucharía tus gritos.

Eso fue... Un poco turbio.

En verdad logro sembrar en mi un miedo indescriptible. Una sensación desagradable que me hizo sentir viva, no tanto como comer mi pan de chocolate.

Pero si viva.

Al volver a casa comencé a cocinar el almuerzo para mi esposo. Yo no tenía mucho apetito. En realidad, nunca tenía apetito cuando se trataba de comer sentada cerca de ese hombre

Así que solo cocine su comida y emplate los alimentos del almuerzo junto a su desayuno. No deseaba quitarlos, ya que lo más seguro al llegar buscaría comer de ambas degustaciones al tener un gran hambre que saciar.

Al ya estar todo listo me di cuenta que el aún no llegaba. Y con la casa limpia y los alimentos listos, mi disposición a irme a acostar era grande.

En serio, muy grande. Ya que mi cuerpo ya iba en ascenso por las escaleras hacia la habitación. Hasta que un pequeño toqueteo en la puerta me detuvo.

Llegaron visitas inesperadas.

Ya que yo hoy no esperaba a nadie. Mejor dicho, nunca espero a nadie.

Quizás sea mi esposo al que se le olvidaron las llaves. Aunque el como todo déspota y grosero, siempre pega un grito al aire para que le abra.

Baje de nuevo las escaleras de forma apresurada. Si llega a ser mi esposo no podría hacerlo esperar mucho tiempo. Aunque si fuera por mí, lo dejaría afuera pasando calor, lluvia y frío.

Una situación que es obvió no va a suceder, ya que al abrir la puerta no me encontré el rostro desagradable de mi esposo.

Era un hombre, pero no Rayn.

Un hombre tan alto que hasta casi tocaba el marco de la puerta con su cabeza, extraño cabello albino y unos armoniosos ojos de color azul tan claros que perfectamente podrían confundirse con el blanco.

Muchos dirían que su apariencia con solo esas características era armoniosa y angelical. Pero ciertas cicatrices en su rostro y la contextura gruesa de su cuerpo, me hizo tragar algo de saliva en seco por el degustillo a picante que su apariencia dejaba en mi paladar.

—Primera vez que veo su rostro por aquí. —Tome la determinación de iniciar la conversación con algo de atrevimiento, algo que logré con facilidad ya que esa persona al frente de mi mostró una sonrisa divina. Encantadora en todo su esplendor.

—Me mudé recientemente. —Dio continuidad a la conversación con una respuesta algo casta, como si fuera la primera vez que habla con alguien en toda su existencia. Haciendo que me quede sin alternativas de cómo seguir, después de todo yo no era reconocida por mi experiencia en interacciónes sociales.

—Vaya, es un gusto poder ver caras nuevas estos días. Tenía años sin ver algo de frescura en este pueblo.

—Es un gusto poder darle tal alegría con solo mi rostro, señorita.

—Y dígame. ¿Que hace por aquí? ¿Desea o necesita ayuda en algo, mí nuevo vecino? —Ofrezco mi ayuda con una sonrisa. Y me di el lujo de mirarlo un poco más.

Su ropa era nueva, además de encontrarse perfectamente presentable en comparación a la que tengo puesta. Que de tantos años de usó, ya la falda desgastada me llegaba por debajo de la rodilla, cuando antes solía llegar a los tobillos.

Y el para presumir aún más de su prolifera vida, presumía entre manos una canasta llena de alimentos. Casi hasta rebosar de ellos.

¿Acaso tiene un mango?

En serio cuenta con mucha abundancia en su hogar.

—Solo planeaba dejar unos cuantos regalos a los vecinos. Pero viendo el buen olor de su comida, podría tomar el atrevimiento de pedirle que me sirva un plato.

Vaya, me gusta esa confianza.

Es agradable.

—Oh claro. Pase, yo le invito algo de comer. —Me hice a un lado para dejarle paso a que entre a la propiedad. Y el, sin negarse a la invitación, solo entro con una sonrisa plasmada en su rostro. —Ve a sentarte en la mesa, ya te serviré algo de comer.

Di ese aviso mientras iba corriendo a la cocina, las sobras de mi almuerzo que no planeaba comer quedaron en la cocina. Así que eso sería lo que le daría al hombre.

Viendo a ese hombre tendría que servirle un poco más de comer. Así que le prepare algo de arroz de más y saque un poco de carne para mí cena y la prepare. He emplatado estos alimentos en una perfecta proporción con los carbohidratos, verduras y la proteína.

Y al tener ya el plato de comida listo, e incluso un tazón con frutas picadas y un vaso de jugo. —Detalles que nunca hago por el inútil de Ryan, mi esposo.— solo fui hasta el comedor y le dejé los platos de al frente junto al jugó.

—Muchas gracias... Eeeh ¿Tu nombre?

—Oh. Idalia. ¿El tuyo?

—Raphael. Muchas gracias por la comida, Idalia. —Volvio a agradecer, aunque no comenzo a alimentarse de lo servido. —¿No va a comer?

—Oh, no. Ya comí.

—Vaya, pensé que todos esos platos eran de usted.

—Por Dios. No, son de mi esposo. No llega desde esta mañana y ahí está su almuerzo y desayuno.

—No era conocedor de que es una mujer casada. —Al fin dio el primer bocado. Algo que hizo con gusto, ya que lo vi saborear la comida con un tiempo prolongado.

Era bonito ver qué alguien disfrute de mi comida. Ya que mi esposo solo la desprecia una y otra vez. A pesar de que se la termina hartando toda y pide hasta segundo plato.

—Lo estoy. Desde los 15 años. —O bueno, al menos la disfrutaba hasta ahora que hice mención de eso. Ya que al parecer la comida le fue por camino viejo e hizo que el hombre se atragantara con la misma.

Y tardó un poco en recuperarse, hasta tuvo que tomar grandes tragos de jugo para poder hacerlo.

—¿Desde cuándo? Disculpa.

Vaya, al parecer le asombra eso.

Algo extraño, ya que es normal que las mujeres se suelan casar a esa edad.

—A los 15. Más bien me casé un poco tarde, ya que casi cumplía 16.

—¿Cuantos años tenía tu esposo? —Pregunto después. Y como acto de prevención, dejo de comer.

—¿Mi esposo? Unos 24 años.

Su rostro reflejaba un horror puro. En serio algo muy extraño para mí, ya que todas las mujeres que conozco sus matrimonios suelen ser así.

Siempre se casan jóvenes para asegurar un hijo en el matrimonio. Y el caballero solo se casa cuando logra dar un buen sustento económico a la familia.

Lástima que en mi matrimonio no contábamos con la riqueza de ninguna de las dos. Ya que yo a mis 21 años, aún no logro darle el hijo que tanto desea.

Y el con casi 30 años, sigue sin darnos esa prosperidad que tanto se supone que debe de proporcionarme. Y hasta que no lo haga, espero que no plante ningún hijo en mi vientre.

—¿Y a ti te parece normal eso?

—Claro. Todas las mujeres que conozco se han casado a esa edad. ¿Por que a ti te parece tan raro?

—De la ciudad de donde vengo. Las mujeres al menos aspiran a cumplir los 20 para casarse y decidir por cuenta propia que caballero desean para ellas. No se casan siendo niñas aún. -Volvio a comer, solo que ya no lo hacía con el mismo disfrute de antes. Como si hablar de este tema conmigo, le diera amargura. -No pensé que las cosas fueran así en este pueblo.

—¿20 años? ¿No están muy viejas para casarse ya? -Pregunte con curiosidad. Después de todo a mí me tocó que mi papá buscara a mi esposo. Una situación que atravesé con mucha vergüenza al estar casi llegando a los 16 años soltera.

—Mejor dicho: los 20 son la mejor etapa para una mujer. Su cuerpo se encuentra pleno, lleno de vida. Y poseen el mayor grado de belleza que van a tener en toda su vida.

Vaya... Y yo en mis 20 solo deseo morir. Estoy destruida, no poseo ni un pequeño apice de la belleza a la que hace mención y mi cuerpo carece de gracia.

—Es raro escuchar algo así.

—Expandir la mente es necesario. Por lo general, nosotros nos quedamos solo con lo que sabemos. Cuando podemos ser capaces de buscar saber más. Yo no sabía que niñas se podían casar, hasta hoy.

—Pues bienvenido. Así se hacen las cosas por aquí.

—Al menos es grato saber que tuve una buena bienvenida. Eso quita un poco el disgusto de enterarme de estas prácticas.

Y siguió comiendo con tranquilidad, un proceso que duró unos minutos mientras nosotros seguíamos hablando de un poco de todo.

Hablamos de su ciudad, que queda a dos semanas de viaje de mi pueblo. En serio tuvo que hacer un gran esfuerzo para poder llegar hasta aquí. Y lo peor del caso es que recién llegando y ya tuvo su primer disgusto gracias a mi, le conté como suele ser el matrimonio por aquí.

Al final, en medio de nuestra conversación recalcó mucho la palabra "pedofilia". Desconozco que pueda ser, pero me dijo que podría buscar en los libros de la biblioteca de la ciudad. Ya que él se negaba a explicarlo por el mismo.

Decía que podría ser ofensivo para mi esposo. Y debería de haberle dado una cachetada por simplemente pensar mal de mi esposo, pero en verdad me importa muy poco. Quizás hasta pueda tener razón y lo desconozco.

Y al final cuando terminó de comer solo tome los platos en la mesa y los fui a limpiar. Un proceso que no duró mucho, pero que al volver me dejó en claro que no me encontraría con el muchacho, ya que se fue.

Dejando sobre la mesa la cesta que trajo en un principio. Me resigné a ver y solo fui a acomodar la comida que trajo, corte las verduras frescas y aproveché de cocinar la cena.

Con el paso del día, termine de acomodar todo. Está de más decir que me comí ese mango, no sería un lujo que le proporcionaría a mi esposo.

Y para mi gran sorpresa, al fondo de la cesta un vestido nuevo permanecía doblado.

Un detalle que quizás hizo consciente de que al regalar cestas a los vecinos tendría que dar algo a las amas de casa. Me pregunto si el vestido de las demás es tan bonito como el mío.

Quizás lo sean.

Termine de acomodar todo y guarde el vestido junto a la cesta, emocionada de tan solo pensar cuando lo podría usar.

Hasta que esa emoción desapareció por completo cuando la puerta de la entrada fue abierta.

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