Amanda seguía sin cerrar la boca. Todavía tenía la tableta entre las manos, apretada como si fuera un escudo mientras intentaba procesar todo lo que acababa de escuchar.
Ciro se acomodó mejor en la silla, disfrutando descaradamente de su desconcierto, como si esa reacción fuera lo más entretenido que le había pasado en semanas.
—Dios… —murmuró Amanda, llevándose una mano a la frente—. ¿De verdad eres… hermano de Eric?
—Hermano menor —confirmó él, estirándose en la silla como si estuviera en su casa—. Aunque no lo parezca. Él parece el mayor… de todos los que existen en el planeta.
Amanda soltó una risa suave, medio nerviosa, medio incrédula.
—¿Y por qué demonios no sabía nada de ti?
—¿Y por qué demonios no sabía que Eric se había casado? —respondió él con la misma facilidad—. ¿Ves? Todos tenemos secretos.
Amanda lo miró fijamente. Había algo en él imposible de descifrar. Tenía la sonrisa de alguien peligroso, pero la mirada de alguien que sabía escuchar. Con todo eso, parecía amable.