Ciro tomó la carta del café solo para darle algo a sus manos. La conversación con Amanda había dado un giro que él no esperaba, y aunque su gesto seguía relajado, había algo en su mirada que mostraba una intención distinta.
La observó un instante más, estudió la forma en que sujetaba su tableta, cómo respiraba un poco rápido, la manera en que miraba hacia la puerta del local como si necesitara una salida de emergencia. No parecía una mujer acostumbrada a que la vida le ofreciera treguas. Y tal vez por eso él no quiso dejar pasar el momento.
Sacó su teléfono del bolsillo y lo dejó sobre la mesa, sin ocultarlo.
Amanda lo miró con cierta alerta.
—¿Qué haces?
—Una llamada —respondió él con absoluta naturalidad, como si no fuera a causar ningún problema—. Algo familiar.
—Ciro, no. No necesito—
Pero él ya había marcado. Dio un toque con el dedo a la pantalla, activó el altavoz y acomodó el teléfono entre ambos. Amanda abrió los ojos con incredulidad, pero él solo le guiñó un ojo, casi diver