Amanda despertó entrada la noche, en un silencio tibio que no le dio ninguna sensación de paz.
Abrió los ojos despacio, sintiendo un dolor punzante en la sien, como si cada pensamiento quisiera abrirse paso a la fuerza.
Tardó un momento en recordar dónde estaba. El techo blanco, la luz azulada del monitor, el olor a desinfectante. Parpadeó varias veces para que la vista dejara de nublarse y entonces vio a aquel hombre.
Eric.
Sentado en una silla, apenas recostado hacia adelante, con los codos sobre las rodillas y la cabeza inclinada hacia un lado. Dormido. O intentando dormir, porque su postura era tensa, rígida, como si incluso en sueño siguiera peleando con algo que no lo dejaba en paz.
Amanda lo observó en silencio. No fue ternura lo que sintió. Ni alivio. Fue otra cosa, algo que le cayó en el pecho como un peso inevitable.
Ya sabía la verdad.
La había intuido incluso antes de que su mente terminara de despertar. No necesitaba confirmarla. No necesitaba que él hablara. Lo llevaba m