Eric se despertó sobresaltado cuando escuchó la puerta abrirse. No fue un ruido fuerte, pero su cuerpo reaccionó como si lo hubieran sacudido.
Levantó la cabeza de golpe y tardó un segundo en ubicarse. La habitación blanca, el monitor, el olor del hospital. La silla dura bajo su cuerpo. Entonces miró hacia la cama.
Vacía.
La enfermera, una mujer de unos cincuenta años con el cabello recogido bajo la cofia, se detuvo en seco al ver la cama sin Amanda.
—¿Dónde está la señora? —preguntó, mirando primero la cama, luego a él.
Eric frunció el ceño, aún con la mente espesa.
—¿Cómo que dónde está? Estaba aquí… —miró su reloj de pulsera y el estómago se le apretó—. Hace nada estaba aquí.
La aguja marcaba horas que él no había visto pasar. Él recordaba haber mirado el reloj antes de apoyar la cabeza hacia atrás: eran pasadas las once y media. Solo iba a cerrar los ojos “un momento”. Se había quedado dormido .
Se puso de pie de golpe, la silla arrastrándose hacia atrás.
—¿Dónde está? —repitió, e