Eric había pasado las últimas horas encerrado en su despacho con la puerta cerrada y las cortinas a medias, dejando entrar la luz apenas necesaria para leer los documentos que tenía frente a él.
La sala estaba en silencio, pero su cabeza no. Había una tensión constante en el aire, una presión que no disminuía sin importar cuánto respirara o cuántas veces apoyara los codos sobre el escritorio para tratar de ordenar sus pensamientos. El archivo reposaba abierto entre sus manos. Una carpeta gruesa, llena de informes, fechas, correos internos, capturas de sistemas y declaraciones breves de personas cuya existencia a él le daba igual. No quería saber sus nombres; solo le importaba lo que habían hecho.
Cerró los ojos un momento y los volvió a abrir, sin poder apartar la vista del documento principal, ese resumen que uno de sus asistentes preparó a velocidad récord cuando él lo exigió. Un resumen que, por desgracia, era demasiado claro.
Tres años. Tres años completos de intentos fallidos. Tre