Amanda miraba la pantalla del ordenador, pero no estaba leyendo. Llevaba varios minutos con el cursor parpadeando sobre el mismo correo sin poder concentrarse. La oficina estaba tranquila a esa hora; la mayoría de sus compañeras ya había salido a comer, el murmullo de teléfonos se había apagado y en el pasillo apenas quedaban pasos ocasionales. Era el momento perfecto para almorzar, pero ella no tenía ganas de moverse. Se llevó una mano al vientre y respiró hondo. Tenía hambre. Esa hambre pesada que le venía últimamente, que le debilitaba las piernas y la dejaba sin fuerzas si no comía a tiempo. Lo estaba sintiendo otra vez, un hueco insistente que no podía ignorar.
Sobre la mesa estaba la tarjeta. La miraba como si fuera un objeto ajeno, la misma que había aceptado de Eric solo porque la necesitaba para obtener la información que le pidió. No la había usado aún. No se atrevía. Era un recordatorio incómodo de que él seguía presente en rincones de su vida donde no quería verlo. Pero tam