El día parecía olvidar lo que sucedió la noche anterior.
Eric salió de la sala de juntas con la cabeza aún llena de cifras, decisiones, estrategias y todo lo que llevaba horas sosteniendo sin descanso.
No había tenido tiempo de procesar nada personal, ni siquiera la tormenta que llevaba arrastrando desde que amaneció en la cama de Amanda y se obligó a irse antes de que ella despertara. Intentaba no pensarlo. Intentaba dejarlo en una caja interna, cerrada, hermética. Pero el recuerdo seguía allí, respirándole en el cuello.
El día podía pasarlo por alto, pero el cuerpo de Eric no.
Su secretaria se acercó con la tableta en brazos.
—Señor Sanders… su esposa está en su oficina —dijo, con ese tono profesional que usaba cuando algo la sorprendía pero debía fingir que no.
Eric se quedó quieto. Ni un paso más. Solo quieto.
¿Su esposa… en su oficina?
Una presión cálida le subió por el pecho y lo dejó sin aire.
Amanda.
En su oficina.
Después de haber huido como un cobarde de su cama. Su pulso se