Eric se quedó frente a la puerta del baño, con el corazón latiendo fuerte en el pecho. Acababa de ver a Amanda entrar corriendo, pálida como un fantasma, y ahora el sonido de arcadas venía del otro lado.
Golpeó la puerta con el puño, firme, sin esperar.
—Amanda —dijo, con voz clara.
No hubo respuesta. Golpeó de nuevo, más fuerte esta vez.
—Amanda, ábreme.
Silencio. El agua del grifo corría, pero nada más. Eric sintió un nudo en el estómago. Golpeó con más fuerza, haciendo que la puerta vibrara un poco.
—Amanda, abre la maldita puerta —exigió, subiendo el tono.
Del otro lado, solo se oía el agua. Eric apoyó la mano en la madera, listo para más. Golpeó de nuevo, con el puño de ser necesario.
¿Por qué no le respondía? ¿Qué estaba sucediendo allí dentro?
—Voy a patearla si no me dices que estás bien —amenazó, con voz grave—. No me importa si estás desnuda, sangrando o llorando: voy a entrar.
Su voz salía con ira, pero era miedo lo que lo impulsaba. No lo dijo, solo actuó: golpeó una vez má